23.1.08

G y L

Corrían los mediados de los setenta y G trabajaba en una urbanizadora. Yo pensaba que las urbanizadoras eran como empresas constructoras.

- Son como las empresas constructoras, ¿no?

Me contestó que no, que las urbanizadoras lo que hacen es agarrar un inmenso terreno, lotearlo, dividir las manzanas, formar las calles; en fin, crear un barrio.

Tenía 24 años, todavía no era mi mamá pero he visto fotos suyas de ese entonces y puedo asegurar que era hermosa. Esa belleza, sumada a una notable eficiencia en su trabajo, pronto la convirtieron en la niña mimada del gerente de la empresa. Hacía poco tiempo que ella había llegado de Tanti a Córdoba y alquilaba un monoambiente en Belgrano y 27 de Abril; hasta que el gerente le prestó un cómodo dúplex en Parque Vélez Sarsfield, uno de los barrios que había desarrollado su urbanizadora.

- ¿Desarrollado?

Me contestó que sí, que así se dice y que aparte de lo del dúplex, el gerente también le compró un Citröen, uno rojo. Me contó que todos rumoreaban en la empresa sobre un romance entre ella y el gerente, pero que la verdad era que ella hacía más de diez años que estaba de novia con un tal Alejandro, siempre le había sido fiel y ya hacía un tiempo que venía pensando en casarse. Él no. La amaba, estaba seguro de eso; pero sentía que no podía casarse. Quería seguir con ella mucho tiempo más, hacerle asados los sábados, elegir juntos el nombre de sus hijos, comprarle pochoclo en el Parque Sarmiento los domingos; pero no creía en el matrimonio, no para él.

- Perdoname G, pero no creo en el matrimonio, no para mí...

Y después de escuchar esto un par de veces, ella decidió no creer más en él.


En la esquina de Tucumán y 9 de Julio, L estaba poniendo su primer bar: Petruzka. En un almuerzo hace poco me contó que el nombre lo había sacado de una novela de Dostoievsky, no se acordaba cuál, ni siquiera si la había leído o alguien se lo había sugerido. El bar aun existe y todavía se llama así, pero hace más de treinta años que no es más de mi papá. L miraba a G pasar todas las mañanas por enfrente del local. Comenzó a averiguar sobre ella. Trabajaba para una urbanizadora, hacía yoga en el círculo italiano, escuchaba Armando Manzanero, hacía poco que se había separado de su novio de toda la vida. Ella bajaba por Tucumán, por la mano de enfrente del bar y él se cruzaba para verla de más cerca.

- Linda la dientudita- le comentaba a veces al de la zapatería -un día de estos, la paro y le invito un café, vas a ver…- amenazaba.


G hacía poco que había dejado a su novio de toda la vida y, ocupada con su trabajo, todavía no había tenido tiempo de pensar en otra persona. L igual le invitó el café que le había prometido al zapatero. Ése y varios más. Le habló de ir juntos a las sierras los fines de semana, de conocer Roma, de comprar un campo que había visto cerca de Villa Allende, construir una casa allí, tener caballos, ovejas, conejos; de compartir la vida. Una noche prácticamente echó a los clientes del bar para quedarse solo con ella. Cocinó él mismo una paella y mientras descorchaba un champagne le dijo que se la imaginaba más hermosa aun con el vestido de novia blanco, bien largo. Ella primero se sonrojó, luego sonrió.


Al medio año de noviazgo con L, el ex novio fue una noche hasta el dúplex sabiendo que L no estaba en Córdoba y tocó el timbre. Era tarde. G estaba ya acostada, mirando una película que pasaban por televisión, a punto de dormirse. G preguntó por el portero que quién era y el ex contestó que era él, que por favor lo dejara pasar, sólo quería conversar.

– Dale flaca, es de noche, hace frío; no me vas a dejar acá afuera…

G dudó unos segundos y luego le abrió. Él traía una botella de Old Smuggler en la mano. Ella le preguntó que qué pasaba, que para qué traía esa botella y él le contestó que estaba muy mal, que se había enterado que estaba de novia con el dueño de un bar y que eso le hacía tener unas terribles pesadillas, que por favor aunque sea lo escuchara. Se sentaron en el living. De fondo sonaba un disco de Roberto Carlos y él fue hasta el equipo y subió un poco el volumen mientras encendía un cigarrillo. Le ofreció uno, ella aceptó. Mientras le daba fuego le dijo que estaba más linda vez que la última vez que se habían visto, pero que no recordaba cuando había sido.

– ¿Vos te acordás cuándo fue?

G se sonrojó y dijo que tampoco lo recordaba. Él dejó el cigarrillo en el cenicero y caminó hasta la cocina. G se quedó sentada escuchando música y mirando el hilo de humo blanco que se desprendía del cigarrillo sobre la mesa ratona. Él volvió a preguntar desde la cocina mientras vaciaba una cubetera si estaba segura de no recordar aquel último encuentro. G contestó algo pero Roberto Carlos le impidió escuchar qué. Apagó la luz de la cocina y volvió al living con dos vasos llenos en las manos.

– Perdoname, no te escuché, ¿te acordás o no? - le dijo mientras le entregaba una medida doble con hielo. Ella no solía beber, mucho menos whisky. El contenido de la botella fue bajando hasta quedar por la mitad mientras Roberto Carlos cantaba cuanto añoraba tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar. Para cuando el disco terminó, G y su ex novio se besaban en la cama de dos plazas que L le había regalado a G para su cumpleaños.


Cerca de las cuatro de la mañana G se despertó confundida, vio que quién dormía desnudo a su lado no era L, recordó todo. Se agarró la cara como si se le fuera a desprender y comenzó a sollozar. Luego se paró decidida y, sin vestirse, fue hasta el baño. Prendió la luz y abrió el segundo cajón junto a la bacha; los sollozos convirtiéndose progresivamente en llantos, los pelos pegados a la cara por las lágrimas. Encontró lo que buscaba: una gran caja llena de anfetaminas. Se las daba un amigo que era visitador médico y ella las usaba para mantenerse flaca, sin saber en realidad lo que tomaba. Se tragó treinta, juntas, y las bajó con la mitad de la botella de whisky que quedaba.


Yo no podía creer lo que estaba escuchando.


Volvió a la cama tambaleándose y cayó desplomada sobre el colchón.

– Me muero…- me dijo que dijo, añadiendo que ella realmente sentía que se moría, que era el final. El ex novio se despertó sin entender bien que estaba pasando y le preguntó a G si estaba todo bien. G no contestó entonces él la sacudió, preguntándole qué le pasaba:

- ¿Qué te pasa, flaca? ¡Contestame!

Ella no lo hizo, ni siquiera abrió los ojos. El ex vio la luz del baño prendida y fue hasta allí. Encontró las cajas de las pastillas en el suelo, la botella vacía. Volvió a la habitación, le puso una bata, la cargó a sus hombros y, arriba del Citröen rojo, la llevó a la Clínica Reina Fabiola. Sin saber qué hacer, desde allí llamó a L para contarle lo sucedido. También llamó a su mamá, la de ella. Llegaron en el mismo taxi mientras los médicos de guardia le hacían a G un lavaje de estómago.


Se encontraron los tres en la vereda de la clínica y el ex novio contó todo lo que había pasado, mientras fumaba sin parar. La madre de G lloraba desconsoladamente; L escuchaba serio y atento, mirando los pocos autos que pasaban mientras comenzaba a amanecer. Cuando el ex novio concluyó, L lo miró a los ojos y le preguntó, frente a mi abuela, si pensaba casarse.

- ¿Cómo?

- Eso, si te pensás casar con ella…

Él repitió lo mismo que había oído G meses atrás, lo de no creer. L le contestó que entonces se abriera, que él la amaba y que sí creía en el matrimonio. Que él se haría cargo de ella de ahora en más; que por favor se fuera en ese mismo momento, para siempre.




7 comentarios:

Maria dijo...

Me gusto esta historia.
En vos el drama parece otra cosa; no hay drama, esta afuera.

Saludos desde caleta beach.

Anónimo dijo...

celosa de estas historias... historias de padres que se eligieron una vez y para siempre... que se eligen todos los días a pesar de las arrugas, de los kilos de más, de los malhumores, de las expectativas no superadas, de los sueños individuales renunciados por sueños en conjunto, de las eternas incompatibilidades... celosa de lo milagroso que es, después de tantos años y de tantas metaforfosis encontrarse y reconocerse en la mirada del otro...hermosa historia...hermosísima

Anónimo dijo...

...hermosísima ella...

g dijo...

j.c ... Hermosa historia. Cada vez que escribis parece que sacas a pasear la luna por japon. Si queres, pasame a buscar y robame un rato. Estoy en el decimo piso de mis pensamientos...pensando en vos.

Anónimo dijo...

Acá solo comentan chicas?
Qué onda?
Ja!

Anónimo dijo...

ja... lo que pasa vic, es que si empezás a leer a jc todo el tiempo, se produce un efecto hipnotizador... que te va encantando, enamorando... sin remedio... probá y después me contás...

jc dijo...

m: G y L se fueron de luna de miel a Calera beach, en el citroen rojo. me alegro te haya gustado.

c: nada q celar. sí, se eligieron pero no tan para siempre. 18 años dps decidieron divorciarse. sí, mi mamá es la mujer más hermosísima del mundo.

g: pasa q a la luna le gusta mucho okinawa. décimo cuanto?

v: pasa q tengo configurado el moderador del blog para solo recibir comentarios femeninos.

c: ahora tengo miedo q la DEA me cierre el blog.