6.5.08

Las gaviotas quieren conquistar el mundo. Parte 10.


No ves que está lleno de mierda?




A Miche y Sara

Le dije

- Hola…

de la misma manera que ella lo había hecho la tarde anterior, cuando nos conocimos frente a Flash y Cruela y ella me había preguntado, mirándome a los ojos, de donde era; antes de decirme que ella era de Trieste y que yo parecía estar perdido. Al ver que mi voz no perforaba la burbuja que generaba su ipod, decidí tocar su hombro. Ahora quien se daba vuelta era ella.

Por la cara que puso al verme, supe que no se esperaba que fuera yo quien le tocara el hombro. Abrió los ojos como sólo las sorpresas genuinas lo generan. Como si yo hubiera sido su tía Francesca, la hermana de su mamá, que se había suicidado antes que ella naciera. Esto se lo había contado su mamá, mostrándole fotos de ella y su hermana en la infancia, corriendo en el jardín, con el uniforme del colegio. Las fotos estaban ordenadas cronológicamente y Caterina fue viendo como su mamá y su tía habían ido creciendo, del notable parecido que las unía. En una foto aparecía su tía casándose. La boda era al aire libre, durante el día, en un campo de la Toscana. Francesca estaba descalza sobre el pasto y sostenía la mano de su novio, los dos parados frente al cura.

A los pocos meses Francesca entró al baño de su casa y se encontró con la bañera llena y con su esposo y la madre de Caterina adentro. No les dijo nada, dio media vuelta y se fue. Desapareció de la casa por tres días y nunca contó que había hecho o donde había estado durante ese tiempo. Su hermana le pidió perdón, él también; y ella sólo les dijo que no se preocuparan, que le dolía pero que lo entendía, que un desliz lo tenía cualquiera, más con su hermana que siempre había sido más linda que ella. Pero a pesar de decir todo esto, desde entonces, ya no fue la misma. Dejó de reírse, hacía el amor robóticamente, dormía hasta tarde, casi ni salía de la casa. Un domingo a la mañana él salió a correr y ella se encerró en el garage. Se subió al auto, dejó la puerta abierta y lo puso en marcha. Prendió el estéreo. En la radio sonaba Nicola di Bari y ella reclinó el asiento y mientras escuchaba la canción se puso a esperar que todo el oxígeno se transformara en monóxido de carbono.

Pero al segundo, Caterina vio que yo no era su tía Francesca y sonrió tímidamente, casi con vergüenza. Su cara expresaba culpa de una manera que me provocaba ternura. Me alegré de ver que, al menos, me reconocía.

- Perdón Juan…

Y también recordaba mi nombre. Me pedía disculpas de una manera que a mi me producía algo parecido a lo que genera ver a un perro labrador de dos meses, recién bañado.

– Te llamé...
- Sí, vi las llamadas perdidas. Disculpa, ocurre que he tenidos sueños muy extraños….

Me contó que había tenido pesadillas que la hacían sentir muy culpable, que no sabía como manejar ese sentimiento. Mientras yo le decía que yo no era nadie para exigirle nada, que sólo quería saber si iba a ir al museo conmigo o no, me dio un beso en la mejilla, tan cerca de mi boca que sentí la comisura de sus labios en la de los míos.

- No estás enfadado, no? En serio me perdonas?

Me estaba preguntando Caterina cuando oímos que alguien decía:

- Permiso, tortolillos…

La gorda volvía a casa del paseo con el Pepo, que arrastraba la lengua y jadeaba como si se hubiera cogido a todas los perras de Madrid. El Pepo pasó primero y ella después, entre nosotros dos. La gorda abrió la puerta y el Pepo se abalanzó hacia adentro, seguramente ansioso por ir a tomar agua del inodoro del baño del departamento. La primera vez que la gorda vio al Pepo hacer esto, le había dicho:

- Perro inmundo. No bebas agua de allí! No ves que está lleno de mierda? Joder!

y luego, sin dudarlo, caminó hasta la veterinaria que estaba a la vuelta de su edificio, pensando que siempre pasaba por la puerta de este negocio y nunca había entrado porque no tenía mascota pero que le daba cierta envidia ver las parejas que entraban cargando un gato, por ejemplo. Le sorprendía ver como una enfermedad felina podía reforzar la unión en una pareja, como un hombre y una mujer se apoyaban mutuamente frente al sufrimiento de su mascota. Pensó que tal vez el veterinario tendría una edad similar a la suya, que quizás también fuera soltero. Que quizás el veterinario era fanático de los dálmatas y que, cuando la gorda le contaría que el platito que necesitaba era para que su perro tomara agua, él le diría que los dálmatas son sus perros favoritos, que le encantaría conocer al Pepo. Y entonces ella lo invitaría a su casa y tras examinar al perro y decirle que estaba en perfectas condiciones de salud se mirarían por primera vez a los ojos y se comenzarían a besar, en el sofá, mientras el Pepo se iría al baño, a tomar agua.

- Buenas tardes, en que puedo ayudarla?
- Qué tal? Busco un platito para mi perro.
- Para comida?
- No, para agua.
- Da igual. Son los mismos. Aquí tiene. Algo más?
- No, gracias. Cuánto le debo?

La gorda volvería a su casa sola, con un platito rojo adentro de una bolsa que diría “Veterinaria Hociquillos. No atendemos animales, cuidamos mascotas”. Apenas llegaría a su casa y antes de llenar el recipiente con agua, iría hasta el placard, sacaría la caja en la que guardaba sus acrílicos y pintaría, a mano, el nombre del perro en el costado con un pincel y pintura negra. Alrededor de “Pepo” dibujaría huesitos y flores.

Pero, aunque la gorda le cambiaría el agua del platito todos los días, el Pepo ya se habría acostumbrado a tomar agua del inodoro, por lo que ella decidiría adoptar la resignación e intentar nunca más olvidarse de tirar la cadena.

Mientras abría la puerta del edificio la gorda nos dijo:

- Eh, chaveletes. Vais a entrar? Les dejo la puerta abierta? Parece que va a llover…

Ninguno de los dos respondió y ella nos miró durante un instante y luego se volvió al perro y le dijo, agarrándole los cachetes

- Ves cabrón? eso es amor… No como tú que eres todo un guarro y en lo único que piensas es en follar. Vamos para arriba así bebes un poco de agua.
- Espera Amparo. Yo subo también…

dijo Caterina.

Antes de subir me dijo que necesitaba ducharse pero que, por favor, volviera por ella en dos horas, para ir de tapas. Le dije que yo también necesitaba un baño y caminé hacia casa.

Me bañaba pensando en Flash, en el Paraná, en el cuervo, en Navarro Montoya, en si realmente tenía sentido volver a su casa. Pasadas las dos horas tocaba su timbre por tercera vez en un día, pensando que sino me atendía, ya no me sorprendería; que ya me había acostumbrado. Mientras rogaba escuchar, a través del portero eléctrico, su voz diciendo:

- Juan? Ya estoy lista, ahora bajo.

miré a mi alrededor. De noche, la plaza parecía otra. A unos metros estaba el banco donde había estado sentado a la tarde esperándola, jugando con la hormiga. Abajo aún estaba el envase del yogurt de durazno, tumbado. Miré al cielo y pensé en pájaros, en si realmente habría gaviotas en Madrid, tan lejos del mar. Decidí que, si bajaba, en algún momento de la noche le preguntaría que había querido decir con lo de las gaviotas. Volví a mirar el portero eléctrico y a apretar el timbre cuando escuché que se abría la puerta.

- Aquí estoy chavalete, eres un poquillo ansioso o qué?