28.5.06

tregua?

R.E.M

Ayer fui a mi primer entrevista de trabajo post despido. Era para vendedor de discos de Fnac, la mayor disquería de Madrid. Días antes había estado allí revisando bateas y pensé que, sabiéndome de memoria la vasta discografía de REM, yo podría trabajar tranquilamente en ese lugar. Y ahora estaba allí, con otras 6 personas, esperando para la entrevista. No sé porque pensaba que el proceso de selección de personal iba a constar en hacerme escuchar pedacitos de canciones y que yo tuviera que adivinar: nombre del tema, intérprete, álbum y año. Me tenía fe. De repente vi pasar un tipo con un disco de Maria Callas en la mano y un escalofrío me recorrió el cuerpo. De que me serviría saberme el orden de todos los temas del último disco de Placebo si me pasaban ópera, country, flamenco...

Una puerta se abrió y la que parecía ser jefa de recursos humanos nos hizo pasar a todos juntos. Nos sentaron en una sala y nos hicieron presentarnos como en el primer día de clases. No sé porque se me ocurrió decir que mi nombre era Robert Mc Twain, que era astronauta y que buscaba un trabajo diferente para sacarme un poco de la cabeza los agujeros negros y la osa menor.

- Hola, mi nombre es Juan Cruz Sánchez y estudié Comunicación social...
- Eres uruguayo?
preguntó la de recursos humanos.
- Sí. Bah, mas o menos.
- Más o menos?
- Sí, pasa que mi mamá es de Montevideo y viví mucho tiempo ahí...

Sólo una vez fui a Uruguay. A Punta del Este, con la familia de un amigo cuando tenía quice años. Ni siquiera pasamos por Montevideo.
Una psicóloga coordinaba y tomaba nota de hasta cuantas veces pestañábamos. Una vez que nos habíamos presentados todos, dejó de anotar cosas en su cuaderno y dijo:

- Bueno, ahora vamos a jugar a un juego…

y yo ya me imaginaba corriendo con música alrededor de las sillas y peleándome con el andaluz de al lado por una, cuando la canción de Azúcar Moreno se cortara.

- El juego se llama “el holocausto” y se trata de que vosotros sois los únicos sobrevivientes del mundo que han logrado salvarse en un globo aerostático. Estáis volando sobre el mar y a lo lejos divisáis una isla habitable, pero el globo comienza a perder altura repentinamente y hay que deshacerse de uno de vosotros para que el globo pueda llegar a destino. Cada uno de vosotros tiene una profesión y es, en base a esa profesión y su futura utilidad en la isla, que debéis concensuar quien caerá al agua. Tenéis veinte minutos.


Y tras explicar las reglas del holocausto comenzó a repartir las profesiones como quien entrega las cartas para un chin-chón. Albañil, pescador, botánico, carpintero, inventor, cazador y veterinario. Yo era el inventor. Había una sola mujer, la carpintera, que comenzó con los tapones de punta y dijo:

- Yo considero que el inventor es totalmente prescindible ya que yo puedo hacer las mismas cosas que él y soy indispensable para la construcción de una nueva vivienda.

Me puse como loco pero contesté diplomáticamente:


- No estoy de acuerdo. La carpintería y la inventiva son dos ramas totalmente diferentes y no creo que un carpintero tenga la capacidad de abstracción y creatividad de un inventor. Por otro lado, para la construcción de la vivienda, más bien tenemos al albañil, no?


Hubo una aprobación general de mi discurso. Miré al albañil quien sonreía, feliz de haberse ligado un punto de arriba. Continué diciendo:


- Por otro lado, no es que tenga nada contra los animales, de hecho me encantan, pero ¿para qué necesitamos un veterinario en la isla?


A pesar que no nos conocíamos, el veterinario me despidió a través de su mirada un odio casi tangible. Así nos pasamos quince minutos, como idiotas, defendiendo lo indefendible. La psicóloga era la gran hermana que todo lo veía, todo lo anotaba. Por momentos se me cruzaban cuestionamientos como éste: ¿si era el holocausto de donde toronja íbamos a haber sacado un globo aerostático? En un momento alguien se la agarró contra el botánico y yo estuve a punto de defenderlo argumentando que él era indispensable para detectar cuales eran los hongos alucinógenos de la isla pero luego me reprimí al pensar que ese no es el tipo de comentarios que se hace en una selección de personal. La discusión iba a ningún sitio. Cada uno defendía su profesión a muerte como si el potencial puesto de trabajo dependiese de eso, como si el que cayera al agua fuera incapaz de vender discos. Que un botánico puede diferenciar plantas comestibles de venenosas, que un veterinario tiene conocimientos de medicina, que un pescador es indispensable para abastecernos de alimentos. Faltaban minutos para que el tiempo se acabara y nadie parecía ceder por lo que finalmente dije:


- Está claro que necesitamos comida que nos la puede brindar el botánico, el cazador y el pescador; pero a diferencia del pescador, el cazador puede defendernos del probables ataques de animales salvajes de la isla; por otro lado no hace falta ser un pescador profesional para poder pescar y, de última, yo invento algún método para hacerlo.


Todos se quedaron callados, incluso el pescador al punto que me dio un poco de lástima.


- Perdón, no es que tenga nada personal contra vos ni la pesca, pero es lo que pienso…


le dije al pobre martín pescador quien me miraba dolido, ya sin argumentos, minutos antes de comenzar a ahogarse.


24.5.06

pequeño budapest

Al volver una noche caminando de una fiesta mi amigo frenó frente a una vieja escuela y me pidió que observara la fachada. Yo no veía nada más allá de un lúgubre edificio. Me pidió que me acercara, tomó mi mano y la hizo deslizar por la pared. Al acariciarla noté que tenía decenas de pequeños huecos. Lo miré con cara de asombro y sólo dijo meneando su cabeza horizontalmente: - Sí, balas. No supe que decir y no dije nada. Seguimos caminando y escupiendo humo blanco mientras yo volvía a meter las manos dentro de mis bolsillos para evitar que me dolieran los metatarsos. En la esquina mi amigo se frenó nuevamente y dio media vuelta. Se quedó contemplando la escuela desde allí y yo mirándolo a él. Segundos más tarde dijo, mientras la nieve nos hacía más blancos, - Era mi escuela... Sus ojos parecían diques a punto de estallar.

france telecom

desde que me dejaron sin trabajo
yo también me he dejado.
hace una semana que no me afeito.
uso las mismas medias.
ya no hago al levantarme
tres series de quince
flexiones de brazos.
de hecho
ya casi no me levanto.


“básicamente
tu perfil no se adapta
a la política de esta empresa


mientras me lavo los dientes
me miro al espejo
de costado.
no entiendo que tiene de malo
mi perfil.

asi que recoge tus cosas
y vete a casa"
me dijo mi jefe
como si me dijera
como se hace el arroz con leche.
como si me dijera
a fuego lento,
revolviendo constantemente
para que no se pegue el arroz.
siempre a fuego lento.

23.5.06

de marx a menox

parece ser que no soy el único que sufre las liberales clausulas del sistema laboral español.

basta

la gente me dice
che, argentino
hola boludo.
me preguntan por
ricardo darín
chacho álvarez
el cholo simeone.
pocas cosas son más patéticas
que un español
imitando la tonada argentina.

.

sábanas

me despertaba
vos no.
apoyaba mis labios
en el medio de tu espalda sin ropas.
te tapaba.

básicamente
todavía estabas.

22.5.06

sueños 5

estoy sentado en un gran recinto con muchas otras personas, parecidas a mi. leo una pancarta sobre la gran puerta de entrada: “IV Encuentro Intercontinental de Juanes Cruces”. me paro para leer el cartelito que descansa sobre mi escritorio: “Juan Cruz Sánchez. Representante Argentina”. un tal Giovanni Croce me hace señas para que me siente.

21.5.06

tregua?

eschoyez IV

guillermo nimo
german krauss
y eschoyez.
los 3 desnudos
jugando al elástico.

---

mitología celta
pelota-paleta
cocina tailandesa
motores 2 tiempos.
de todo habla eschoyez
en el ascensor.
de todo.
menos del clima.

mi tío III

en un cajón
encontré una foto
de mi tío
con la camiseta de la selección
brasilera.
era la siete
de bebeto.
estaba en una playa
de brasil.
con una brasilera.
se llama marilia me dijo
mientras abría la heladera.
le pregunté si esa era la brasilera
con la que se había casado
como yo había escuchado.
sólo me respondió.
duramos menos de un año.
¿donde está ahora?
creo que en curitiba
me contestó.


a los dos días
me dijo
mientras colgaba una media albiroja del atlético de madrid de la soga
como continuación de lo otro
también tengo una hija.
no supe que decir
y no dije nada.
nos quedamos callados.
él se quedó pensando
mientras miraba las gotas
que estallaban contra los cerámicos del piso
al desprenderse
de la otra media del atlético que tenía en la mano
y le faltaba colgar
y me dijo
debe tener
casi tu edad.

tregua?

Días después de haberse declarado "el alto el fuego permanente" de ETA decidí conocer el País Vasco y el mar Cantábrico del cual había oido tanto hablar. Más allá de la tregua el pueblo vasco insiste en (re)marcar sus diferencias.





sueños 4

llevo horas andando a caballo. es casi de noche cuando llego a un pueblo donde no existen las mujeres pero me encuentro con otros tres nuevos géneros. uno me atrae mucho más que el femenino.

la ventana

Una fría tarde del año pasado caminaba por baires con Falco y Pía.


I
Caminaron largas cuadras por la Santa Fe buscando un lugar donde almorzar. Al consultar en un par de locales se dieron cuenta que debían alejarse de esa avenida si pretendían comer por menos de quince pesos. Falco estaba antojado de comida china y Pía se contentaba con un café con leche al lado de un tostado. J no tenía mayores pretensiones, eran las cuatro de la tarde y aun no había desayunado. Doblaron en Marcelo T y a lo lejos se leía un cartel: “restaurant chino - confitería”.
Poco o nada les importó que fueran los únicos en el bar. Afuera hacía demasiado frío para abril y el solo hecho de estar en un ambiente cálido los contentó. El local era como un largo pasillo. Al fondo estaba la barra, en frente los baños. Se sentaron en la otra punta, junto a la ventana “para ver la gente pasar” dijo Falco. Pía seguía sumida en una especie de autismo nostálgico, quizás el hecho de que fuera lunes haya influenciado en su estado. Falco había ido a presentar "00" al Centro Cultural España-Baires por lo que no paraba de hablar por teléfono; J tenía tanto hambre que ni percibió que necesitaba hacer pis cuanto antes. Trajeron la carta pero exigía tal esfuerzo elegir un plato entre tantos que J y Falco terminaron apuntando con el dedo el “menú-sugerencia” exhibido en el pizarrón que ponían en la vereda para seducir a los transeúntes pero que ya habían entrado para cambiar los precios para la cena. “- y para beber?” preguntó roboticamente el mozo. Pía pidió su café con leche de memoria y los demás agua con y sin gas respectivamente. A ambos les trajeron agua “finamente gasificada” lo que llevó a J a hacer un mal chiste sobre un punto gaseoso intermedio entre sendos pedido. Pía se levantó y mientras Falco seguía usando su celular J perdió la noción del tiempo mirando las personas pasar frente a la ventana. Intentaba adivinar, por sus ropas, adonde se dirigian. De repente comenzó a sentir algo realmente incómodo dentro y descubrió que aún no había ido al baño desde la mañana, al mismo tiempo que Pía regresaba de éste y se sentaba junto a él nuevamente. J le pidió que por favor se levantara así podía salir y ella lo miró con cara de “boludo, ¿tenías que esperar a que me sentara para pedírmelo?” Al levantar J la vista, la distancia que lo separaba del baño le pareció kilométrica.
Mear después de tanto tiempo fue una sensación tan fuerte que J sintió como si ingresara en un trance zen. Podía sentir el pis bajar desde distintas partes de su cuerpo con fuerza y confluir todos los canales en su pelvis. Por momentos perdió la noción del tiempo. Volvió a abrir los ojos cuando ya caían las últimas gotas. Graficó mentalmente la escena que estaba protagonizando y le dio vergüenza el sólo hecho de pensar que ocasionalmente podría entrar otra persona al baño y descubrirlo en ese cuadro, incluyendo a Falco. Mientras cerraba su bragueta realizó un racconto mental de la cantidad de actividades que había realizado con sus manos desde su ducha matinal (ya eran casi las cinco) y determinó que era indispensable lavarse las manos. Se miró al espejo y, mientras apretaba el dispenser del jabón, intentaba autoconvencerse de que no era tan rojo el color de sus iris. Luego de unos segundos advirtió que el dispenser solo contenía aire. Vaciló renunciar al lavado pero recordó a su abuela diciéndole que en el dinero había muchos microbios. Salió del baño y le pidió al mozo jabón. El empleado lo miró con una cara tal que lo hizo sentir increíblemente ridículo por pedir lo más normal del mundo. El mozo entró a la cocina y un minuto más tarde volvió con una jabonera azul traslúcida que le hizo pensar a J que probablemente se la había robado del vestuario al cocinero que se llamaba Mario y que seguro era gordo y peludo. Abrió la jabonera y sacó el jabón tratando de imaginárselo a Mario lo menos posible. Colocó sus manos bajo la canilla esperando que el agua cayera ya que el pico tenía un sensor automático. La canilla hizo ruido pero el agua no cayó. Creyó estar haciendo algo mal por lo que estudió y examinó la canilla desde todos los ángulos, sin éxito. Ya resignado decidió recurrir nuevamente al mozo. “-che, no hay agua…” dijo un poco con vergüenza ya que sentía que habían grandes posibilidades de que estuviera haciendo algo mal. “-ah no, no hay…” dijo muy naturalmente el mozo mientras secaba y acomodaba los pocillos sobre la máquina de café. La mirada de J fue tal que el mozo se sintió obligado a resarcirlo de algún modo. J simplemente no podía comprender por que mierda no le había brindado esa información cuando le pidió el jabón. El empleado sin duda percibió de algún modo la ira de J porque a los pocos segundos le ofreció un botellón de cinco litros de agua mineral nestlé que dificilmente haya contenido agua mineral nestlé. Finalmente J volvió a enfrentarse con el espejo y sus ojos. Mientras lavaba sus manos con el jabón de Mario y el agua nestlé ponía marcado interés en observar como esa espuma jabonosa y oscura se desprendía de sus manos, dejando de ser parte de él para siempre, contrastando con el blanco de la bacha. Cuando reaccionó prácticamente había acabado el botellón de agua. Se sintió un poco culpable y decidió dejar un poco por si venía alguien. Había pasado más tiempo del esperado dentro del baño y entró en pánico al imaginar a Falco comiendo de su chop suey. Mientras caminaba hacia la mesa, instintivamente se rascó el ojo derecho llevándose directamente a éste una considerable parte del jabón del cocinero que había quedado aprisonado bajo su uña por economizar agua del botellón. Regresó a la mesa lagrimeando y mucho más tarde de lo esperado. Pía parecía no haber tenido en cuenta su prolongada ausencia y Falco se sorprendió al verlo allí como si se hubiera olvidado que estaba en el baño, de que estaban por almorzar juntos y que horas antes habían conversado en el Malba spbre la notable diferencia estética de las obras de Berni a través del tiempo y de la belleza de la serie Juanito Laguna. “-¿Qué pachó?” preguntó el gordo al ver su ojo lagrimear. J prefirió obviar lo acontecido.

II
Estaban hablando del inusual frío que transitaba las calles cuando Pía pareció despertar y dijo señalando la ventana “-chicos miren, otro famoso…” (esa mañana se habían cruzado con la mujer de De La Rua en Callao) Ambos miraron para afuera esperando encontrarse con Spinetta o Sábato y de repente vieron un pelado desagradable bajarse de un Duna base celeste opaco. “-¡Juan! ¡Juan algo!” dijo Falco excitado a lo que J contestó “-Naboletti boludo, ese es Naboletti”. El tipo cruzó la calle y tocó el timbre en el portero de en frente.
La comida china llegó sin palitos. Los reclamaron pero igual comenzaron a comer con tenedores. Los platos suscitaron en ellos un notable interés por lo que se abocaron a ellos como si no existiera otra cosa en el mundo. Ya estarían cerca de la mitad de las porciones cuando de repente J miró hacia fuera y descubrió que el pelado seguía esperando junto al portero, muerto de frío. “-¡Juan Aguirre!” dijo con cierto convencimiento a lo que Falco respondió meneando la cabeza horizontalmente, sin levantar la vista del chop suey. La dejó fija por tres segundos mientras parecía buscar un arito entre su arroz salteado con pollo hasta que prácticamente gritó “-¡Acosta boludo, Juan Acosta!” Los tres se miraron y sonrieron felizmente en señal de aprobación. Juan Acosta continuaba esperando a esa persona que parecía haber muerto en el ascensor mientras bajaba a abrirle. Falco bromeó con que J fuera a pedirle un autógrafo y a ambos le causó gracia el sólo imaginarlo. Por fin se abrió la puerta del edificio y salió una señora con su hija que tenía cara de Natalia. Las dos saludaron al pelado Acosta y él señaló el Duna base celeste opaco. Cruzaron la calle cargando un bolso, parecía pesado. Acosta abrió el baúl y metió el bolso dentro mientras las mujeres subían al auto. Cerró la tapa del baúl fuertemente y los tres comensales se sorprendieron al ver ésta rebotar. Esto ocurrió varias veces pero Acosta no se extrañaba y realizaba este acto con mucha naturalidad aunque con marcada fuerza, cansado de esa cerradura. Al quinto o sexto intento logró su cometido y con una semi sonrisa subió al auto y arrancó. El Duna desapareció de vista y los tres se quedaron intentando asimilar la escena. Volvieron a sus platos como quien retoma un dibujo cuando por el costado izquierdo de la ventana aparecieron dos doceañeros pegándose trompadas en la cara. Los tres abandonaron nuevamente su comida y se miraron entre ellos intentando buscar una explicación que sabían no encontrarían. Intercaladas con las trompadas se gritaban insultos que nadie oía. Finalmente intercedió en la escena un tercero en discordia separándolos y recordándoles cuan amigos eran como para pelearse así. Los tres desaparecieron nuevamente por el costado izquierdo de la ventana, casi abrazados. Juan Acosta ya iría por Once.

eschoyez III

- ya no sueño con eschoyez
me dijo sonriendo
mientras masticaba el vacío
y sumergía el pan
en el juguito de la ensalada.

---

se lo vio vagar algo decepcionado
después de descubrir
que su hipótesis era errónea.
pobre
estaba tan seguro
que las gotas de lluvia
tenían la capacidad de esquivar
bocas abiertas
al cielo.

---

de chico
cuando sus amigos jugaban al fútbol
eschoyez
se acostaba en el pasto.
miraba el cielo.

mi tío II

tiene varios libros
sobre lance amstrong
(lance, una vida en dos ruedas
el método amstrong de entrenamiento
lance amstrong. el poder de superarse a sí mismo)
y un poster de él
sonriendo
sobre su bicicleta
con los brazos en alto
colgado en el baño.

escucha las carreras de ciclismo
por la radio.
a veces también va a lo de la vecina
y las graba en vhs.
guarda estos casettes
apilados
atrás de la heladera.
con un marcador rojo
escribe
lo más prolijamente posible
‘tour de france 05’
‘vuelta de españa’

no tenemos tv.
mucho menos
videocasetera.

el duelo


Es domingo y aun estoy un poco de duelo por lo de mi despido. Por otro lado pienso que si bien estaba bueno cobrar por escribir ya me tenía secas las pelotas escribir sobre Paulina Rubio, Ricardo Montaner y el segundo embarazo de Britney Spears. Me retrotraigo y pienso que al fin y al cabo en estos dos meses (de prueba) creo que hubo un solo artículo que disfruté escribiendo, éste.

Mirá como te echo

El miércoles me echaron. Así como así. El viernes, dos días después, se cumplian los 2 meses de prueba por lo que deshacerse de mi pasado ese día iba a significarles algo bastante más engorroso. Es la primera vez que me echan de un laburo, es una sensación rara. El jefe me dijo que "no había superado el período de prueba". Vaya forma poética de decir "mirá como te echamos, gil". Cuando le pedí un, algún motivo fáctico que causara mi despido me dijo: "- mira Juan, básicamente tu perfil no se adecua a la política de France Telecom", mientras me entregaba esta carta para que firmara.


Madrid, a 17 de mayo de 2006

Estimado Colaborador: La dirección de la Empresa le comunica que, en virtud de lo acordado en el contrato de trabajo social suscrito entre usted y France Telecom S.A y en concordancia con lo previsto en el articulo 14 del Estaturo de los Trabajadores, con fecha de 17 de mayo de 2006 queda extinguido el mencionado contrato, debido a la no superación por su parte del período de prueba expresamente pactado.
Queremos aprovechar la ocasión para agradecerle los servicios prestrados y le informamos que a partir de dicha fecha causará baja en la empresa y Seguridad Social teniendo a su disposición la liquidación que le corresponde a partir de la próxima semana.
Sin otro particular, reciba un cordial saludo,
Atentamente.
France Telecom S.A

roberto carlos

juguemos a que me querías
a que yo te regalaba
un elefante de plush
y que
-riendo-
lo bautizábamos
roberto carlos.
dale.
juguemos.

sueños 3

estoy sentado en el piso de un cuarto sin muebles. miro una guarda islámica que recorre la pared que tengo enfrente. dice, en árabe, que solo Alá nos salvará. toda la luz de la habitación proviene de un foquito sin lámpara que cuelga justo sobre mi cabeza. decido intentar mirarlo sin mover la cabeza, sólo los ojos. comienzo a hacer fuerza con mis pupilas hacia arriba, mucha fuerza. mis ojos hacen tope ya con mis párpados, aun así no me doy por vencido. en el último esfuerzo mis ojos giran totalmente sobre su eje y veo hacia adentro de mi cráneo.

mi tío

vivo
con mi tío.
mi tío trabaja de sereno.
él
es
sereno.
con su sueldo de sereno
compra revistas de ciclismo
crema reafirmante antiarrugas para pieles sensibles
y tangas con puntillas.
la primera vez que vi una
en el cajón del ropero
pensé que mi tío
era un ganador.
al verlo dormir la siesta
un sábado
con una puestac
ambié mi opinión.

diagnóstico

El paciente Hugo del Palomar Sanchez asiste desde el mes de Febrero de 2003 a una psicoterapia de apoyo en este centro.

Su personalidad presenta alteraciones del tipo narcisista. Muestra una tendencia a la fabulación con frecuencia, creando una distancia insalvable entre los ideales y su realidad. En ocasiones adoptan un carácter casi delirante.

Confrontando a las circunstancias reales de su existencia reacciona con violencia y hostilidad. Este carácter agresivo dificulta, en la actualidad, su permanencia en el trabajo.

Rasgos psicopáticos e intensos sentimientos de tipo melancólico alternan en su aparición.

Ausencia de relaciones, tanto afectivas como sociales. El aislamiento es prácticamente total.

El pronóstico es desfavorable.

Madrid, diciembre de 2003
Centro Sanitario Sandoval

eschoyez II

de toda la clase de catequesis
la hermana norma
fue la única
en no reír.
el eschoyez chico
volvía a formular su teoría
sobre la vinculación de las tormentas
con los esfínteres
de dios.

---

ordoñez usaba paraguas y piloto
los días soleados.
lo que él consideraba una
ironía poética
la clínica psiquiátrica san agustín
no.

---

vientos leves del sector sur
desmejorando hacia la tarde
poco cambio de temperatura.

dm

Algunos ya saben que el día que embarqué para Madrid fue uno de los peores de mi vida, otros no.
all i ever wanted
all i ever needed
is here, in my arms.

dm


Veníamos de Villa Allende y no habíamos pasado el peaje de Pajas Blancas cuando vi que Papá prendió el limpiaparabrisas. Justo ahora... pensé medio asustado, mirando cuanto se había nublado. Minutos después ya estaba haciendo el check in, por suerte sin melodramas en la despedida esta vez. Cuando miré en mi reloj que ya era la hora de embarque y que nadie lo hacía me preocupé en serio. - ...debido a inconvenientes climatológicos. escuché que concluía una frase que se escapaba por los parlantes mientras yo divorciaba los auriculares de mis oídos. Ya a esa altura me sabía 4 o 5 letras de ‘Playing the Angel’. Revisé mi pasaje Santiago-Madrid y me dio escalofríos al ver que sólo tenía una hora para hacer la conexión en Chile. En ese momento recordé, uno por uno, todos los que me habían dicho que era demasiado riesgoso llegar a Madrid tan sólo unas horas antes del que iba a ser el recital más importante de mi vida; pero yo realmente estaba convencido que nada podía salir mal, que Lan Chile todo lo podía. Los parlantes se encendieron nuevamente y se escuchó “ - Los pasajeros que tengan que realizar conexión para Madrid, por favor acercarse al mostrador”. Llegué al fondo del pequeño tumulto cuando doña Lan decía “- ... no se preocupen, se les brindará un hotel en Santiago con todas las comidas incluidas.” Esto no me puede estar pasando pensé mientras apagaba el discman.

El hotel era realmente muy pituco, en la zona más menemista de Santiago y mi habitación tenía frigobar. Entré al baño y me incandiló el blanco de la bañera. Me miré al espejo, me odié. Bajé la vista y agarré un jabón, con la mano seca. No se me ocurrió mejor cosa para hacer que bajar la tapa del inodoro y sentarme a mirar el jabón. Tallado en bajorelieve leí en su cuerpo el nombre de la cadena de la cual, el edificio que me albergaba, era tan sólo un triste eslabón sudamericano. Volví a la cama, prendí el discman y agarré el folleto del hotel que dormía sobre la mesa de luz. Cuan poco me importaba que tuviera piscina, que fuera climatizada. La angustia apenas me dejó dormir. Al otro día decidí distraerme para tratar de no pensar que esa misma noche Depeche Mode iba a estar dando el recital para el cual había comprado la entrada hacía ya casi 6 meses y que yo iba a estar del otro lado del océano. Llegué al centro de Santiago en colectivo y fui el turista del mes por un día; a las 6 ya estaba en la van-de-Lan rumbo al aeropuerto nuevamente. Había otros pasajeros que se comentaban sus destinos finales y motivos de viaje; yo casi ni hablaba, apenas contestaba con monosílabas a preguntas que ni siquiera escuchaba. La angustia era demasiada. Al subir al avión abrí la billetera y al sacar la entrada se me cristalizaron las pupilas sabiendo que en ese mismo instante el recital estaba comenzando y yo todavía en suelo trasandino. Antes de partir mi viejo me había dado una tableta de Lexotanil para “situaciones de stress”, decidí que no habría mejor momento para consumir una. Luego de cenar y de mirar el vacío por la ventana imaginando con cual canción empezaría el show, me desmayé. Me despertaron para darme el desayuno y una hora después ya estaba en el aeropuerto de Barajas, Madrid. Luego de varias conexiones de subte y de escalar 6 pisos sin escalera cargando todo, llegué a mi departamento. Me desplomé sobre la cama a mirar el techo y a considerarme el hombre más desafortunado de Iberoamérica. Decidí autoflagelarme nuevamente y volví a observar la entrada. Leí la fecha, 6 de febrero. - Anoche... murmuré para mi mismo. Entonces recordé que originalmente el recital era sólo uno pero que debido a la gran demanda habían agregado otra noche. Guardé la entrada en el bolsillo y me fui hasta F-Nac, la disquería donde había comprado la entrada, hace ya medio año. Mi plan era intentar culparlos a ellos del error argumentando que yo había pedido una para el 7 y que ellos me habían dado una para el 6. - Señor, los reclamos se realizan en el momento de la compra... me dijo la cajera señalando un cartelito que colgaba del vidrio y que decía exactamente lo mismo. - Bueno, entonces deme otra entrada para hoy, la pago... dije sacando la billetera del bolsillo. Conteniendo diplomáticamente su risa me contestó - Las entradas se agotaron en octubre, señor.
Me senté en el cordón de la vereda a meditar cuan mal comenzaba mi año en Europa y a maldecir, uno por uno a: la lluvia, Lan Chile, la disquería, mi asado de despedida y, sobre todo, a mi mismo. Casi siempre que me pasan cosas malas, de una forma u otra siento que sé porque ocurren; percibo que es castigo por algo. Sentía que éste no era el caso. No pedía tanto... pensé mientras me sorprendí al ver que no eran las siete de la tarde y ya era de noche. Miré la entrada por tercera vez y noté que la fecha sólo figuraba en un costado y bastante pequeña. Me bajé del metro en la estación Goya, a dos cuadras del Estadio de Deportes de la Comunidad. Meses antes había ido allí por primera vez, a ver a Oasis; recuerdo que en aquel entonces ya tenía mi entrada de Depeche comprada y durante el recital de los hermanitos peleones yo ya soñaba con el momento en que Martin L. Gore y Dave Gahan pisaran ese escenario. Esta vez había mucha más gente en la puerta y alrededores; ya un par de cuadras antes del estadio se veían remeras de Joy Division, Primal Scream, Placebo. Mientras caminaba hacia el estadio instintivamente miré hacia el cielo negro y murmuré - Por favor... me costó recordar partes del Padre Nuestro. En el bolsillo trasero guardaba la tarjeta de embarque del avión. Mi último recurso/i sería alegar que había venido desde Argentina sólo por el recital y así intentar conmover a los del control. Mientras hacía la cola pispié las entradas de algunos pibes que estaban alrededor y vi que era negra, a diferencia de la mía que era blanca. Ahora sí que estoy chau, pensé. La fila en la que yo estaba venía muy trabada, al menos para mi paranoia, por lo que decidí cruzarme a la de mi derecha que estaba vacía. - Disfruta del show, chaval! me dijo un pelado mientras cortaba el talón de mi entrada, sin fijarse si era negra, blanca o verde fosforescente. No pude mantener mis ojos secos cuando escuché Enjoy the Silence, a cinco metros de ellos. Lo juro.

sueños 2

voy mirando por la ventanilla de un colectivo en Saigón. mi compañero de asiento, Ruggeri, me dice que la próxima es nuestra parada. al bajarme descubro que estamos en la plaza españa. allí está Fernando Bravo jugando al baseball con mi tío Hugo y el bajista de babasónicos. Fernando me dice que les falta catcher, que sino quiero jugar. mi tío me guiña el ojo y Ruggeri saca el guante de cuero de su bolso y, pasándomelo, dice - dale perejíl, andá...

eschoyez y el tiempo

Un sábado Aguirre Benotti nos engañó a mi y a Carlos diciéndonos que iba a crear una editorial y que quería que nosotros dos escribiéramos un libro, juntos. El libro lo escribimos y se llamó "Eschoyez y el tiempo". La editorial, que se iba a llamar "Ciruja Ediciones", murió antes de nacer.

eschoyez I

lo miró exigiéndole una explicación
al correr la cortina y
ver que llovía
horizontalmente.
de derecha
a
izquierda.

---

ese miercoles a la tarde
las nubes jugaban
a buscar formas ocultas
en las personas.

reivindicación de "un minuto caliente"

Hace unas semanas me fui a Torrevieja (una pequeña y espantosa ciudad a las costas del Meditarráneo en la Comunidad Valenciana) en bondi y me compré El País porque el libro sobre Irak que estaba leyendo me había secado la cabeza. En la revista venía una nota sobre los Peppers con motivo de su visita a España. El artículo no era gran cosa, pero para pasar el rato estaba bien y más en ese ínfimo bondi rumbo al mar, con un búlgaro al lado que era la oda al olor a pata. Lo único que me jodió realmente del escrito fue que, como en tantos otros medios, le dieron con un caño a uno de sus/mis discos favoritos: "One hot minute". Se refieren a él como un disco "anodino e insignificante". Indignado, en respuesta, escribí una carta al País que, obviamente, no publicaron.


Reivindicación de "Un minuto caliente"

Anodino: Insignificante, insustancial, sin nada en particular. Soso, insípido.
Insignificante: Pequeño, baladí, de poca importancia.

Sí, tuve que acudir al diccionario para corroborar que no me equivocaba, que la Real Academia Española no había sumado nuevos significados totalmente opuestos a los convencionales a estas palabras. No, no es tal el caso y por ello estas líneas.
Estas dos palabras aparecen escritas en la última edición de EPS en la nota sobre la banda californiana Red Hot Chilli Peppers al referirse a su disco “One Hot Minute” y es en esas dos palabras donde difiero ampliamente con Joseba Elola. Que John Frusciante es un iluminado con la guitarra, no caben dudas; pero tampoco creo que el único disco de los años 90 en el cual él no está presente sea ni anodino ni insignificante. Claro, difícil se hace con un antecesor como “Blood Sugar Sex Magic” y un sucesor como “Californication” pero a mi modesto parecer “One Hot Minute” es también un gran disco. Por otro lado no es que Frusciante haya sido remplazado por cualquier chaval que pasaba andando cerca del estudio donde grababan los Peppers, no. Quien se apodera de las guitarras en este disco no es más ni menos que Dave Navarro, gran guitarrista y con quizás logros similares a los de Frusciante (aunque no tan comerciales) como pertenecer, junto a Perry Farrel, a una de las bandas de culto más importantes y estandartes de lo que luego se llamaría música alternativa: Janes Addiction. Quizás Navarro no sea tan “funky” como su colega, pero vaya si cumple con creces la suplencia en este disco.
La canción “Warped” con la que abre el disco es ya una revolución en sí misma y muestra a los peppers más vivos, experimentales y picantes que nunca; los cuales se ablandarían un par de canciones luego dando lugar a hermosas composiciones como “My friends” o la inigualable “Tearjerker”.
Ni hablar de la belleza del arte de tapa del disco, propiedad de un grande como Mark Ryden. Frusciante se niega a tocar en vivo canciones no compuestas por él por lo que lamentablemente los Peppers ignoran toda canción de este álbum en sus shows, excepto "Pea", la oda a sí mismo compuesta e interpretada solitariamente por Flea.
No digo que sea mejor ni peor que otros discos, esa sentencia de poco sirve; pero simplemente estoy convencido que “One Hot Minute” no es un disco ni anodino ni insignificante sino un gran álbum y lo que es más importante aún, un imprescindible escalón para que los Peppers sean lo que hoy son.

Sueños

- los peces ya no tienen lengua,
me dijiste preocupada mientras levantabas la persiana. yo no te creía y te lo dije
- no te creo.
abriste la ventana y sacaste la mano afuera, confiada. minutos más tarde apareciste en el baño con un surubí bigotudo.
- ¿ves, ves?
me dijiste mientras le abrías la boca y me mostrabas orgullosa la prueba fáctica de tu sentencia.
- pobrecito, dejalo te contesté.

lo tiraste al inodoro, así como si nada. aun está allí. le puse alberto. le encanta cuando como choclo.

Premio José Scangarello

Uno de los primeros días de mayo este mail me alegró el día. Santi, mis felicitaciones y que sepas que es un orgullo para mi compartir podio con vos. Honorables miembros del jurado (aunque Lamberti babee al dormir y a Falco se le vea constantemente la raya del culo), gracias.

*José Scangarello fue director del área de Cultura del CPC de Argüello y se parecía un poco a Alfonsín. Se murió hace un par de años.También coordinaba un taller de escritura en su casa de Urca que se llamaba "Las claves del cuento". Yo tenia 18 años, estudiaba Administración de empresas y fue al primer taller literario que fui. Era el más chico del grupo y me daba mucha vergüenza cada vez que tenía que leer. José siempre ponía galletitas Rococó en una mesita ratona, al costado.


Córdoba, Mayo de 2006
A continuación, se reproduce el Acta del Jurado, con los ganadores del Premio José Scangarello, Edición 2005.

Premio José Scangarello Edición 2006
ACTA DEL JURADO

En la ciudad de Córdoba, a los 25 días del mes de abril de 2006, se reune el jurado del Concurso de Cuentos Centro Cultural CPC Arguello, José Scangarello, Edición 2005, integrado por los escritores Luciano Lamberti, Diego Vigna y Federico Falco. Por acuerdo y unanimidad se decide otorgar los siguiente premios y menciones:

Primer Premio:
"La reposera", de Santiago Ramírez
(pseudónimo Raf)

Segundo Premio:
"Buen día", de Juan Cruz Sánchez Delgado
(pseudónimo Koichi Tanizaki)

Tercer Premio:
"Desde el aula contigua", de Sergio Turovetzky
(pseudónimo CanThor)

NOTA DE LA ORGANIZACIÓN: la entrega de premios, y ejemplares para cada autor de la edición antológica prevista, se realizará, tal como figura en las Bases, en un acto en la Feria del Libro de Córdoba 2006, en setiembre (día y hora a confirmar).

Atentamente,

Federico Lavezzo p/Organización Premio J. Scangarello

Buen día

A Taina


I

De alguna forma, logró quedarse solo con ella. Se sentaron sobre el césped, acto que los dos hacían regularmente en sus países y que allí extrañaban. Esto no se lo dijeron, pero, de alguna manera, los dos lo intuían. Cerca de ellos, una fosa llena de agua y, al acabar, una muralla que terminaba dando origen a un castillo indescriptible: Osaka-jo. Aunque de la muralla colgaba un cartel que decía “no fishing”, y su equivalente en japonés, un japonés pescaba como si nada. Él se sacó las zapatillas para poder percibir la textura del césped y así sentirse un poco menos urbano, ella realizaba osadas piruetas a su alrededor con una armonía tal que sorprendía a él y a todo transeúnte. Como si fueran pocas las cosas que le gustaban de ella, ahora hacía algo como esto. Es una caja de Pandora, pensó él. Taina: una hermosa y finlandesa caja de Pandora.

Decidieron buscar el bar más barato de la zona para cenar antes de regresar a sus casas. Como ella estaba albergada en lo de una familia japonesa tuvo que llamar a su okasan[1] para avisar que no iría a comer. Él tan solo compartía departamento con un amigo húngaro quien no tenía por qué esperarlo. La carta del bar estaba escrita con kanyis[2], así que pidieron lo único que pudieron leer: pizza. En las paredes del local habían pegado, a modo de decoración, portadas de vinilos de bandas glam estadounidenses de fines de los 80, principios de los 90. Mötley Crue, Bon Jovi, Poison. Él recordó a su hermano mayor. Ella desconocía la mayoría a pesar de que hacía años que se había mudado de Helsinki a Nueva Jersey. El vaso de cerveza costaba 600 yenes por lo que luego de cenar decidieron continuar bebiendo en algún otro lugar.

Compraron un vino californiano en una estación de servicio y, casi por instinto, caminaron nuevamente hacia el parque del castillo. Llegando, se encontraron con dos problemas: ella necesitaba hacer pis urgente y él no tenía sacacorchos. Al pasar por la puerta de otro bar, ella no dudó en entrar a pedir el baño, sabiendo que eso no se le niega a nadie en Japón y mucho menos a un extranjero. Él rezaba que a alguien se le hubiera caído un destapador justo allí y miraba todo a su alrededor buscando algún objeto que lo ayudara, sabiendo que contaba con pocos minutos para intentar abrir el vino con lo que fuera, sin hacer el ridículo frente a ella. Sentía pánico de que esa carencia infectara el mágico clima que se venía gestando hasta entonces. Intentó hundirlo con el dedo pero abortó cuando éste se tornó violáceo. Apoyada contra la baranda del puente que tenía a sus espaldas, divisó una bicicleta abandonada. Apenas llegó a Japón se sorprendió al ver tantas bicicletas abandonadas en las calles, pero con el tiempo se acostumbró. Un amigo japonés le había explicado que en su país está muy mal visto comprar cosas usadas, por lo que los negocios de segunda mano casi ni existen; por eso, si alguien se compra una bicicleta nueva, simplemente deja la vieja olvidada por ahí. Se acercó y con la palanca del freno empujó el corcho hacia adentro. Se manchó el jean; igual sonrió. Cuando ella salió del baño lo encontró apoyado contra la baranda del puente, tomando vino del pico. Se acercó hacia él sonriendo, le quitó la botella y se llenó la boca de uvas. Ni siquiera le preguntó cómo había logrado abrirlo.

Se sentaron nuevamente cerca del castillo, esta vez más arriba, en la pirca de la fosa. Ella le habló sobre unos recurrentes sueños con delfines, sobre el azul profundo de los lagos y cielos de Finlandia que tanto echaba de menos, sobre lo enferma que consideraba a la sociedad japonesa. Por momentos, él miraba con tanta atención sus labios que perdía el hilo de lo que ella iba diciendo. El castillo se erigía perfectamente iluminado frente a ellos y a cada minuto parecía más bello. Tomaban vino mientras se enamoraban. Luego él comprendería que ella sólo tomaba vino. En un momento ella miró el reloj y comentó que el último tren estaba por pasar, que debían apurarse. A él no le importó lo del tren y hasta le hubiera gustado que ya hubiera pasado o que nunca se hubiera inventado el ferrocarril. A la mierda con la revolución industrial, pensó. Frente a ellos, el Osaka-jo. Atrás, el pequeño abismo de la fosa, no más de 25 metros que parecían más de 52. Como cada vez que miraba desde las alturas, él pensó en el suicidio y comentó algo al respecto. Ella aseguró no temerle a la muerte y legitimó el suicidio alegando que era un acto de voluntad propia. Agregó que el sufrir por el suicidio de un ser querido es una actitud egoísta porque, en realidad, se sufre por uno mismo, por la ausencia de esa persona en la vida de uno y no por la persona muerta. Ella le mostraba ese mundo que él tanto creía conocer, desde otro lado. Él no lo podía creer. Al concluir una frase se cruzaron las miradas, esta vez sin palabras. Ella aplaudió, como marcando un punto final, y dijo “¡kaerimashó!”[3], mirando el reloj y calculando cuánto tiempo faltaba para el último tren. Él deseó un paro general más que cuando cursaba el cuarto año de la secundaria y no había estudiado para el examen de álgebra lineal.

Comenzaron a caminar, algo ebrios, rumbo a la estación. Notaron cuán poco conocían Osaka y cuánto más difícil era orientarse en esa ciudad de noche, con alcohol en las venas. A diferencia de él, ella sí hablaba japonés y tras preguntar un par de veces lograron llegar a la estación de Kyobashi. Una vez allí, el regreso a Hirakata, el pueblo donde ambos vivían, era sencillo.

El tren volvía colmado de la última tanda de oficinistas rumbo a sus hogares. La mayoría, más ebrios que los occidentales. El aire, viciado, con olor a alcohol. No encontraron asientos libres así que viajaron parados, uno al lado del otro. Él aprovechó la situación para acercarse más, pero ella dio un giro que la situó de espaldas a él. Cuando él creyó que esto era un acto de rechazo descubrió, felizmente, que se equivocaba. Ella retrocedía de espaldas, permitiendo que ambos cuerpos se sintieran. Él no podía ver su cara, igual la conocía de memoria. Apoyó la frente sobre su nuca, la boca en la parte posterior de su cuello, la nariz hundida en su pelo. Sintió su perfume una vez más, por primera vez desde tan cerca. Le corrió el pelo, dejando su cuello desnudo y, por segundos, se olvidó que lo miraban decenas de ojos rasgados. Luego lo recordó, pero rápidamente volvió a olvidarlo. Comenzó a mover sus labios sobre el cuello de ella hasta que los movimientos se transformaron en pequeños besos. Ella parecía permitirlo todo. Él no pudo evitar pensar en el novio de ella e imploró a todos los dioses del sintoísmo que ella no hiciera lo mismo. Fue ladeando su cara, buscando la de ella. Ella lo dejaba avanzar, como un equipo de fútbol que juega al contraataque. La nuca se transformaba en mejilla en el momento que los altavoces del vagón anunciaron la llegada a una importante estación. Allí se bajó suficiente gente como para que él, por vez primera, odiara el hecho de que hubiera asientos libres.

Se sentaron, apoyaron sus cabezas contra la ventana y luego una con la otra. Antes de dormirse, él pensó cuánto le gustaría estar sentado en el asiento frente a ellos para observar desde afuera este cuadro y creer que son una pareja que viene de cenar en un bar hindú, donde festejaron su segundo año de novios mirándose a los ojos durante horas y donde ella aceptaba la invitación para que esas vacaciones fueran juntos a alguna isla del mar Andamán, al sur de Tailandia, donde el agua del océano es mucho más cálida y esmeralda que en Villa Gesell o Helsinki. Él se despertó un par de estaciones antes de Hirakata y pasó algunos minutos mirándola. A pesar que no se veían sus ojos verdes, dormida parecía más linda todavía. Sabía que si volvía a dormirse perdería su parada. Volvió a dormirse.

Abrió los ojos en Kuzuha, la estación de ella, un par de paradas después de la suya. La despertó con un beso cerca de la boca, sintiendo en la comisura de sus labios, la de ella. Se bajaron. Ella bostezaba; él pidió acompañarla hasta su casa, sabiendo que si no volvía en ese momento no conseguiría tren de regreso. No le importó. Caminaron por una ancha avenida y en un momento, luego de dudarlo mucho, él la tomó de la mano. Ella aceptó y él le dio una importancia cósmica a este acto. Al sentir su piel en contacto con la de ella, tuvo ganas de estar junto a ella siete, ocho años más. Imaginó los hijos que engendrarían. Qué rasgos de él heredarían y cuáles de ella. Pensó en sus nombres: Cristóbal y Mar. Luego supuso que tal vez ella sugeriría un nombre en inglés, o finlandés. Intentó imaginar un nombre en finlandés. No lo logró. Caminaron cerca de una hora. Hablaron de drogas. Ella le contó sus experiencias con ácidos y él se sintió un niñato por sólo haber probado marihuana. Igual él ponía atención a cada palabra que salía de su boca, mientras disfrutaba enormemente el hecho de tener sus dedos entrelazados con los de ella y, sobre todo, lo que esto simbolizaba. Cruzaron una plaza y él se sorprendió cuando ella se detuvo de golpe. Estaban frente a su casa.

Ella mencionó que su otosan[4] debía de estar muy preocupado por la hora y que debía entrar rápido. Buscó las llaves en su bolsillo, apoyó sus labios durante dos segundos sobre los de él y dio media vuelta. Él se quedó en la vereda, estático y confundido, como sin entender bien que estaba pasando, mientras ella entraba a su casa. Cerró los ojos por unos segundos, intentando retener la sensación de sus labios pegados a los de ella, y trató de recordar si había percibido su aliento. Se quedó con la cabeza gacha, mirando sus zapatillas sucias.

Al respirar hondo, descubrió que hacía mucho más frío del que creía. Levantó la cabeza, miró nuevamente la casa, notó que una luz en el segundo piso se encendía. La imaginó entrando a su habitación, sacándose capas de ropas. Se ilusionó pensando que pensaría en él. La imaginó abriendo la ventana de su habitación, haciéndole señas para que subiera. Él treparía a la medianera para luego colgarse del caño del desagüe. Una vez allí y, apoyándose en la reja, podría acceder a la ventana de ella, quien le extendería su brazo para hacerlo entrar por allí. Él caería sobre ella, ambos reirían. Ella apoyaría su dedo, formando una cruz con los gruesos labios de él, diciendo: “No tenemos que hacer ruido, otosan todavía está despierto...”. Él la miraría a los ojos desde distancias ínfimas y por fin sentiría más que su aliento. El tatami[5] quedaría tatuado en la espalda de los dos y él debería escapar antes de que su okasan entrara por la mañana sonriendo, cargando una taza sin asa llena de té verde y, diciendo con voz de mamá artificial: ¡Ojaio gozaimas[6], Taina san!”.

Al mirarlas bien descubrió que, aparte de sucias, sus zapatillas ya estaban algo descoloridas. Decidió que la próxima vez que fuera a Osaka, definitivamente compraría esas Adidas azules que había visto en oferta. Se sintió estúpido al dar media vuelta y aplaudir diciendo “¡kaerimasho!” como había hecho ella un par de horas antes, junto al castillo. Desde su boca no sonaba igual.


II


Al mirar hacia delante se encontró con un mundo nuevo y desconocido. Comenzó a caminar por donde creía haber venido, pero sentía que había demasiadas posibilidades de equivocarse. El vino recién comenzaba a evaporarse de su cabeza. Recordó a Hansel y Gretel, se identificó con ellos; con la exasperación que genera no encontrar el camino de regreso a casa cuando es de noche y se está solo. En su terrible impotencia se le ocurrió mandar un mensaje de auxilio al teléfono celular de su compañero de departamento, solicitando ayuda. Su amigo le sugirió que buscara la estación de trenes. Eso le pareció una buena idea y se avergonzó de no haberlo pensado antes. Se sintió un poco más tranquilo al encontrar nuevamente la ancha avenida y más aún cuando vio una especie de oficina con luces prendidas que iluminaban un cartel que decía "koban"[7]. Esa palabra la había aprendido en el vocabulario de las profesiones. Golpeó la puerta un par de veces, nadie respondió. Pensó que tal vez había habido una fuga de gas allí dentro y que todos los uniformados habían muerto. O tal vez los presos hubieran hecho un motín, asesinado y decapitado a los policías. Intentó imaginar un japonés decapitando a otro, pero le costó. Luego recordó una película que había visto de niño en televisión. Una película sobre la segunda guerra mundial donde se mostraba a los japoneses como si fueran monos amarillos a los cuales no les importaba explotar su avión contra sus enemigos aliados. Si pueden hacer algo así, tranquilamente pueden cortarle la cabeza a otra persona, pensó. Probó el picaporte. La puerta no tenía llave. Entró. Comenzó a aplaudir tímidamente mientras decía "sumimasen"[8] hasta que, al cabo de un minuto, se abrió una puerta y apareció un policía despeinado, refregándose los ojos. Intentó explicar su situación y segundos más tarde apareció otro policía, seguramente curioso al escuchar alguien que hablara tan mal el japonés. Su plan era apelar a la empatía: trasmitir lástima a los oficiales y aprovechar la increíble gentileza nipona para que lo llevaran a su casa en un patrullero. Esto no ocurrió. No logró hacerse entender; quizás no lo quisieron entender. Los policías, somnolientos, le mostraron un mapa y se la pasaron señalando puntitos de un lado al otro del plano. No entendió absolutamente nada. Agradeció a los policías y volvió al frío de la calle.


Siguió caminando por la avenida y cuando descubrió que el efecto del vino lo había abandonado por completo, respiró hondo y comenzó a mirar a su alrededor buscando algún punto de referencia que lo ubicara. Tenía la esperanza que ahora, sobrio, las cosas mejoraran. Lo único que descubrió fue que era la primera vez que se encontraba en una situación como ésta, donde absolutamente nada le era familiar y apenas podía leer, con dificultad, uno que otro cartel. Pensó en sentarse a fumar un cigarrillo y a esperar que pasara algo, pero no tenía tabaco y sólo fumaba cuando estaba borracho, en fiestas. Sintió ganas de llorar y, sin saber por qué, recordó las mermeladas de ciruela colorada que solía hacer su abuela materna cuando la temporada era buena y había fruta en exceso en los árboles de su jardín. Lavaba las ciruelas, les sacaba el carozo y llenaba una gran olla Essen, agregando la mitad del peso de la fruta en azúcar. “A fuego lento, siempre a fuego lento…”, repetía mientras revolvía la olla con un cucharón de madera.


Ya más lúcido, pensó que si encontraba la estación de trenes, podría dormir allí hasta las seis, hora en que comenzaban a funcionar los trenes. Sabía cómo se decía tren en japonés, con esa palabra le bastaría para llegar a la estación. A todo esto, su amigo húngaro, preocupado, le seguía mandando mensajes al celular preguntándole sobre su paradero, consulta que a él le hubiera encantado poder responder.


Entre tantos negocios cerrados y oscuros, un bar abierto le hizo acordar a esas casas donde dejan la luz prendida del baño toda la noche. Adentro no había ni un cliente. Sólo un empleado joven cargando las heladeras con gaseosas y cerveza. Decidió entrar a comprar algo para calentarse, esperanzado en que el empleado, que aparentaba tener una edad similar a la suya, también hubiera cursado inglés como asignatura obligatoria en el secundario. Él había escuchado en su clase de antropología oriental que los japoneses entienden el inglés, pero que les da vergüenza cometer errores y por eso no se animan a hablarlo. Igualmente, a través de señas y su limitadísimo japonés, creyó comprender cómo llegar a la estación. No estaba lejos. El capuchino lo calentó un poco y al terminarlo, tiró el vasito en un basurero de la estación. Se sintió afortunado de saber al menos, por primera vez, dónde estaba. Buscó su celular para mirar la hora y descubrió que no eran alrededor de las cuatro o cinco como él suponía, sino recién pasadas las dos. La angustia aumentó aún más cuando vio que no había en la estación ni un lugar dónde refugiarse y que el frío tendía a aumentar. Se sentó en el suelo y apoyó su espalda contra las máquinas expendedoras de tickets, pero a los minutos sintió que su cuerpo se enfriaba más todavía y se paró. Se resignó a caminar y comenzó a hacerlo por una calle paralela a las vías del tren. Pensó que así no habría forma de perderse y que, como seguía el recorrido del tren, tarde o temprano, llegaría a Hirakata. De repente descubrió que la calle comenzaba a abrirse, abandonando el paralelismo. Consideró caminar por las vías, a pesar del peligro que esto significaba, pero descubrió que era imposible: las cercaba un alto alambrado para evitar que los suicidas continuaran saltando frente a los maquinistas.


Se sintió increíblemente desafortunado, cansado, sin esperanzas. Decidió regresar a la estación pensando que, una vez allí, caminaría en círculos hasta que comenzaran a funcionar los trenes. A lo lejos oyó el ruido del motor de un auto. Rogó a dios que fuera un taxi y cuando el auto dobló en la esquina, y vio que efectivamente lo era y que estaba libre, prácticamente se tiró encima para frenarlo. El taxi se detuvo. Él abrió la puerta y antes de subirse preguntó cuánto le costaría el viaje hasta Hirakata. “Roku sen yen[9], contestó el taxista. Sus ojos perdieron todo el brillo previo mientras cerraba la puerta, desde el lado de afuera, diciendo “Arigató[10].


El taxi desapareció y él se sintió como suponía que se podía llegar a sentir un náufrago que ve, desde su isla desierta, un barco que pasa de largo. Se replanteó si había valido la pena lo que había logrado con ella para padecer esto. Pensó que la situación no podría ser peor, pero a los segundos se arrepintió al razonar que en cierta forma era afortunado porque esto le sucedía en Japón y no en algún suburbio de Bombay o en Villa El Libertador. Caminaba intentando imaginarse cuánto más desesperado podría sentirse en esos lugares cuando de repente descubrió, apoyada contra el alambrado de un arrozal, otra bicicleta abandonada. Recordó la bicicleta con la que, unas horas antes, había abierto el vino mientras ella hacía pis o se acomodaba el flequillo en el baño del bar. Le pareció que eso había sucedido hacía mucho más tiempo. Volvió a mirar la bicicleta. Su estado era deplorable, pero en las gomas aún quedaba algo de aire. No tenía asiento y la cadena, al traccionar, hacía un ruido que parecía que iba a despedazarse en cualquier momento, en mil pedazos. Pero funcionaba. Miró a los costados asegurándose que nadie lo veía, se subió y comenzó a pedalear. A los pocos minutos comprendió mejor por qué la bicicleta estaba abandonada; aún así era mucho mejor que caminar. A cuanta persona se cruzaba le preguntaba cómo llegar a Hirakata. Luego se reiría al imaginar la situación invertida: un japonés a las cuatro de la mañana, en Argüello, montando una bicicleta destruida y preguntando, en un pésimo español, dónde queda Barrio Maipú.


Milagrosamente logró llegar a destino luego del esfuerzo sobrehumano que implicó pedalear, sin sentarse, en esa bicicleta durante más de una hora. A pesar que la odió durante todo el recorrido, sintió algo de lástima al abandonarla en la plaza de la esquina de su casa. Mientras caminaba hacia el departamento miró al cielo que ya no era negro como cuando tomaban vino junto al castillo, cuando la miraba entrar a su casa, cuando entró en la comisaría, en el bar. El ruido que hizo al sacarse las zapatillas junto a la puerta despertó a su amigo húngaro quien, desde el futón y sin levantar la cabeza de la almohada, dijo con voz de dormido: “Buen día…”.





1) Madre. 2) Caracteres chinos. 3) Regresemos. 4) Padre. 5) Entrelazado de paja que, en forma de alfombra, cubre el suelo de las habitaciones japonesas. 6) Buen día. 7) Policía. 8) Disculpe. 9) Seis mil yenes. 10) Gracias.