26.6.08

stand by

bueno, me voy a Luxemburgo. así como si pintara ir a pasar el fin de semana a Tanti yo agarro y me voy a Luxemburgo. un mes. motivo por el cual "las gaviotas" quedarán temporalmente en stand by. voy a pasar también por Madrid. si me cruzo con Caterina o alguna gaviota, postearé algo desde allá; sino nos vemos a la vuelta.
de regalo de despedida, algo que filmé el fin de semana pasado, cerca de Tanti.

24.6.08

Las gaviotas quieren conquistar el mundo. Parte 13.


Andiamo?




Bajó la cabeza y me miró fijo. El reflejo de las luces de la catedral iluminaba la mitad izquierda de su cara. La derecha permanecía tan oscura como la supuesta gaviota que había aleteado arriba nuestro. Qué haría una gaviota en una ciudad tan mediterránea como Madrid, tan lejos del Mediterráneo? Tal vez habría nacido sin el sentido de la orientación innato con el que nacen estas aves y así, cuando toda la bandada doblaba hacia el Sur, hacia las Canarias; ella lo había hecho hacia el Norte, hacia la capital.
Caterina me miraba con media cara, con un sólo ojo, siendo un cíclope y me hacía sentir que la hormiga que se había infiltrado por mi pupo a la tarde, despertaba de su larga siesta y que ella misma también despertaba, uno por uno, a su millón de hijitos. Vi que se abría la mitad izquierda de su boca y en el segundo previo al que una voz se escapara desde adentro, como si sus labios constituyeran la salida de una cueva que liberaba un sonido que venía desde muy lejos, desde muy adentro; sonó su celular. Ante tanto silencio, el timbre del pequeño teléfono estalló como si todo el tiempo que no había sonado hubiera estado guardando energías para que, cuando alguien llamara, estallara con toda la furia. Ella miró la pantallita y, automáticamente, su cara se transformó a una que nunca había visto. Cerró sus ojos con fuerza durante dos segundos, respiró hondo y abrió el celular.

- Pronto…

Mirándome seria, como no lo había hecho hasta entonces, formó una cruz entre su dedo índice y sus labios, que ya no me parecían tan próximos. Mientras hablaba, la mutación en su cara continuaba y a cada segundo yo sentía que se iba más lejos; como si la persona con la que estaba hablando la estuviera sacando de ese lugar, la estuviera absorbiendo; como si unas grandes olas la estuvieran llevando mar adentro y yo observara todo desde la costa, sin poder hacer nada, sin saber nadar. Tampoco entendía nada de lo que decía, pero ese italiano sonaba tan bello desde su boca que me hizo pensar que ese idioma había sido inventado para que ella lo hablara. Que si tal vez hubiera una competencia para encontrar el hablador oficial de cada idioma, ella merecería el del país con forma de bota. Pensé en contarle que Santa Fe también parece una bota pero ella fruncía su seño cada vez más, mientras le decía a alguien palabras que yo me esforzaba por entender, en vano.

Siempre había pensado que el italiano era bastante comprensible, por la raíz en común con el español pero, al escucharla, mi hipótesis perdía toda coherencia. En un momento dejó de hablar y cerró los ojos, como si estuviera escuchando algo muy importante. De uno de sus ojos cerrados se filtro una lágrima y comenzó a descender por su cachete. Me hubiera gustado saber que hacer en ese momento pero sentí que cualquier cosa que dijera sonaría cursi, que arruinaría aún más las cosas.

Eran más de las 3 de la mañana y la catedral continuaba iluminada. Pensé que semejantes reflectores, encendidos toda la noche, gastarían muchísima electricidad. Tal vez, prorrateado entre todos los habitantes de Madrid, no serían más de tres o cuatro céntimos por persona. Pensé en preguntarle si sabía cuantos habitantes tenía Madrid, cuando recordé que mi papá me había dicho mientras yo armaba la valija, el día antes de tomar el avión:


- Tené cuidado, Juan. Mirá que Madrid no es como Córdoba, tiene más de tres millones de habitantes…


Ella seguía hablando por teléfono y yo sin saber que hacer, por lo que abrí mi celular y busqué la calculadora. Marqué 0.03 por 3.000.000. El resultado fue 90 mil.

- Ja, noventa mil euros para iluminar una iglesia…


dije en tono sarcástico. Ella se había alejado un par de metros pero yo sentía que esa llamada la había llevado mucho más allá. Hasta Moscú por ejemplo. O Vladivostock, que es la última ciudad al este de Rusia, justo en frente de Japón.

Casi veinte minutos después, cortó. Era otra. Yo era otro, la noche era otra y a pesar de sus luces, la catedral me parecía la de Villa Giardino. Pensé que en ningún momento de la charla por teléfono había visto que se le marcaran sus hoyuelos.

- Andiamo, Cate?

- Andiamo…

Volvimos caminando sin hablar pero el silencio no era el mismo que cuando nos habíamos sentado en las hamacas a fumar, antes que su celular sonara y ella atendiera diciendo:


- Pronto…


La noche había perdido su magia; nosotros también. Media hora después me ponía la remera de The Cure para dormir. Antes de apagar la luz murmuré:

- Buenas noches Cate…


Me ilusioné pensando que ella estaría haciendo lo mismo en su cuarto. Que se acostaba y que pensaba que, a pesar de que la llamada había arruinado la noche, la había pasado bien conmigo.

Soñé que estaba, de frac, adentro de la catedral más iluminada del mundo. En frente mío, un cura todo maquillado, con la cara de Robert Smith, con la biblia en sus manos. Se abría la enorme puerta de la iglesia y ella aparecía, descalza y vestida de novia, de la mano de Navarro Montoya, su padre. Mientras daba sus primeros pasos hacia el altar, hacia mí, hacia nuestra unión eterna, comenzaba a sonar el arpegio de guitarra con el que empieza Stairway to Heaven.


19.6.08

Las gaviotas quieren conquistar el mundo. Parte 12.


Me estás vacilando?



Gilipollas…
Me acuerdo que la primera vez que escuché ese insulto fue viendo una película de Almodóvar. Atame, creo. En ese entonces me daba mucha gracia la palabra. Las primeras veces que la escuché decir, apenas llegué a España, no podía evitar sonreírme. Algunos me preguntaban:

- De qué te ríes?
- De nada…
- Cómo que de nada? Si veo que te estás riendo cabrón; dime por qué?
- Por gilipollas…
- Pues eso está claro, pero por qué motivo? Joder...
- Por eso, no porque yo sea un gilipollas sino por la palabra en sí. Por su significado, no por su significante.
- Vaya que eres raro, chaval…

También me sorprendía mucho que Caterina utilizara tanto lunfardo español, siendo italiana.

- Cómo es que sabés más insultos españoles que yo?
- Mi padre era vasco. Vivía en Pamplona, pero se tuvo que ir a vivir a Italia y allí nací yo.
- Se “tuvo” que ir a vivir?

- Si.
- Ah…
- Ah, qué?
- Nada, nada.


De repente, los violentos rasguidos de guitarra y los chillidos del gordo cesaron; también el repiqueteo seco y duro del cajón peruano. Se escucharon unos cuantos aplausos, dispersos. El dúo, que en algún momento de la noche parecía haber tenido cierto protagonismo, había pasado a un segundo, tercer plano. Música de fondo. En vivo, pero de fondo al fin.

- Mi padre nunca aprendió el italiano. Trabajaba de estibador en el puerto de Trieste y allí conoció a mi madre un día que ella fue a comprar pescado fresco. Ella no hablaba español; pero se entendían. En español, claro; no en vasco.
- …
- Y fue así que aprendí a hablar yo, oyendo a mi padre quien decía muchas guarradas, todo el tiempo. Yo quería ir a estudiar a Pamplona, pero mi madre me dijo que era mejor que no, por mi apellido.
- Por tu apellido?
- Sí, por mi apellido…

- Ah…
- Ah, qué?

- Nada, nada
- …

- ...
- Te apetece fumar?
- Yo no fumo

- Má una cana; un spinelli…
- Un qué?
- Un porro, capullo!


Salimos del bar y, sin darnos cuenta, retomamos la misma ruta de la noche anterior, cuando me había dicho lo de las gaviotas. Parecía como si eso hubiera pasado el verano pasado, como cuando Sabina vuelve a buscar a su chica al bar y no la encuentra. El recorrido era el mismo: el puente-avenida, los paneles anti suicidas, la catedral como un palacio. Atravesamos una plaza desolada, al fondo había unas hamacas.

- Vamos a sentarnos allá?
- Allá donde?
- Allá, a las hamacas…

- Hamacas? Me estás vacilando?


“A mi esa chica me vacila”, me acordé que decía una canción del Puma Rodríguez. Qué quería decir el Puma con eso? qué quería decir Caterina cuando me preguntaba si la estaba vacilando? En el videoclip de la canción, el Puma usaba un saco rojo con hombreras y estaba rodeado de chicas mucho más jóvenes que él, que bailaban a su alrededor y cada vez que venía el estribillo el Puma señalaba a una diferente, indicando que esa era la que lo vacilaba.

- Pues lo que yo veo allí son columpios, no hamacas. Las hamacas son de tela, cuelgan de postes y uno se acuesta adentro.
- Esas son las hamacas paraguayas.
- Paraguayas?
- Sí, paraguayas.
- Ajá, y por qué paraguayas?


Una sola vez había estado en Paraguay. En Ciudad de Este, junto a la frontera. Habíamos ido a las Cataratas del Iguazú con mi familia y aprovechamos para cruzar la frontera y comprar el Atari que tanto queríamos con mi hermano. Recuerdo que había muchísimas motos en las calles, puestos ambulantes de electrónica, un olor que nunca había percibido antes pero que ya no me acuerdo como era. No vi ni una hamaca.

- Bueno, a los columpios. Vamos?

Ella se sentó en la hamaca de la punta y yo en la de al lado. Fumábamos en silencio, meciéndonos apenas; los pies colgando, apenas tocando el suelo. Al frente, las luces de la catedral eran tan potentes que opacaban cualquier otra lámpara. Un fuerte aleteo sonó sobre nosotros. Casi coreográficamente, levantamos nuestras cabezas y miramos la copa del árbol que nos hacía de techo. Las luces de la catedral no traspasaban el tupido follaje del árbol.

- Quizás sea una gaviota…
- Quizás...
- Apropósito, como es el tema ese de las gaviotas imperialistas?


5.6.08

Las gaviotas quieren conquistar el mundo. Parte 11.


En serio escuchás Supertramp?


- Perdona, es que pensé que tal vez no habías escuchado el timbre, por la música.
- Qué música?

- No estabas escuchando música?

- Y tú cómo lo sabes?

- Me imaginé. The Cure, no?

- Cómo?

- Que si estabas escuchando The Cure?
- Es un grupo?
- Ajá. Una banda inglesa, dark.
- No los conozco. Son nuevos?

- Estee… sí, acaban de sacar su primer disco.
- Con razón. Para serte sincera no escucho música nueva. Todo me parece una verdadera merda. Prefiero la música de los setentas, siempre.
- De los setentas? Nicola di Bari?

- Que va, chaval! Eso escucha mi madre. A mi me gusta el rock & roll puro y duro; y el mejor rock de la historia es el de los setentas. Led Zeppelín, Queen, Supertramp. El género podría desaparecer por completo pero si tan solo sobreviviera el rock que fue creado en esa década, sería suficiente para mí.
- Supertramp?

- Sí, Supertramp; qué pasa con Supertramp?

- Nada.
- Ah…

- …

- Y los Beatles?

- Que tienen los Beatles?
- Los Beatles no son de los setentas.
- Ya lo sé. Y?

- Nada, nada.
- Vaya que eres raro…
- En serio escuchás Supertramp?

- Pero ya te he dicho que sí, joder. Siempre escucho Supertramp cuando me baño; canto desde la ducha. También le pongo el disco Breakfast in America a mis gatos.
- A tus gatos?

- Sí, les encanta. Sobretodo ese disco. Ronronean al compás de las canciones.
- Aja… y el raro soy yo…

- Ya cállate, quieres?
- Y tus gatos también escuchan Yes?
- Que te calles…
- Bueno.

- …

- …
- Has probado ya el jamón serrano?

Le contesté que no. Que ni sabía que había sierras también en Madrid. Me imaginé 500 chanchos, corriendo felizmente, por la Pampa de Achala.

- Venga chaval, que si aún no lo has probado, todavía no estás oficialmente en España.

Entramos a un bar y nos sentamos frente a la barra. Se acercó un barman un par de años mayor que yo. Llevaba el pelo rapado, como militar. Al fondo del salón, junto a unas puertas que parecían la de los baños, habían montado un pequeño escenario. Sobre una mínima tarima, un tipo muy gordo tocaba una guitarra y un barbudo, sentado sobre un cajón peruano, marcaba el ritmo del flamenco. Luego de una larga introducción, el gordo comenzó a cantar. Su voz era finita, muy aguda, lo que producía un gran contraste con su físico. Su guitarra ocultaba su panza, pero aún así se notaba su obesidad por el tamaño de sus manos, el ancho de sus hombros; por los rollos que se le formaban en la papada cuando apenas bajaba la cabeza. Cantaba una estrofa en la que preguntaba por que una tal Amalia lo había abandonado, que Sevilla era un cementerio desde que ella se había marchado esa fría noche de enero. Acostumbrado a vivir toda mi vida en el verano austral, realmente me costaba imaginarme una noche fría en enero. En el estribillo se preguntaba por qué esto había sucedido, por qué a él; mientras el barbudo lo acompañaba coreando: “por qué, Amalia; tan sólo dime por qué?” Pensé en hacerle algún comentario a Caterina sobre la papada del guitarrista y cuando me di vuelta para decirle
:

- Viste que la papada del guitarrista tiene cuatro rollos?


vi que ella no estaba mirando al dúo como yo, sino que hablababa con el barman. Parecía que ya se conocían de antes, como que sabían algo que yo no. Los agudos chillidos del gordo junto a los violentos rasguidos de guitarra, más los golpes del cajón y el bullicio de la gente, se me hacía imposible escuchar de que estaban hablando. Parecía que a ellos también se les hacía difícil escucharse, por lo que él se reclinaba sobre la barra, acercándose a ella hasta la distancia en la que se huele si la otra persona tiene perfume, o no.
Yo se lo había olido cuando la pasé a buscar, cuando bajó de su departamento y me dijo:

- Aquí estoy chavalete, eres un poquillo ansioso o qué?


Olía a lavanda. Me imaginé una pradera desierta llena de plantas de lavanda; el viento meciendo los flexibles tronquitos de las plantas. De repente llegaban los 500 chanchos corriendo, desaforados, y se la comían toda.
En un momento, el barman notó que yo los miraba pero igual siguió hablando con ella, como si nada, como si yo no estuviera ahí, como si el apocalipsis hubiera llegado y él y ella fueran los únicos sobrevivientes. Ella se dio cuenta que él me había visto e hizo como si de repente se hubiera acordado de que yo existía.

- Juan, éste es José y hace las mejores tapas de Madrid. O no José?

- Si tú lo dices, Cate…
- Por dios José, quienes son estos tipos tan gritones?

- Es un dúo de Sevilla. Le deben pasta al dueño del bar y, como están arruinados, se la devuelven tocando aquí los fines de semana. El gordo pesa más de 150 kilos. Cuando viene a tocar tenemos que esconder el jamón serrano.
- Que fuerte…

- Ya te digo… Bueno, vais a pedir algo o qué? o lo has traído a tu amigo argentino a escuchar al gordo únicamente?
- Qué va! Yo estoy muerta de hambre…


Comenzó a hacer el pedido como si el bar fuese de su padre y se conociera de memoria el menú de la carta.

- No puedo creer que no hayas probado el jamón serrano, tío. No sabes lo que te pierdes.
- Y yo no puedo creer que jamás hayas escuchado The Cure...
- Cómo?

- Nada...
- Lo bueno del jamón, aparte de ser un manjar, es que te da mucha sed y no paras de pedir cañas.
- Y qué es lo bueno de eso?

- Cómo que qué es lo bueno?

- Sí, que qué es lo bueno de no parar de pedir cañas.
- Que al final te pones pedo; eres gilipollas o qué?!