28.1.08

la abuela de nalbandian

Tengo la sensación que me estoy olvidando todo. Hoy comienzan oficialmente mis vacaciones y estoy armando el bolso. Mañana vuelvo a la arena brasilera después de muchos veranos lejos del mar. En realidad lo de "armar el bolso" es un decir porque no tengo bolso, sino mochila. Mochila-mochila. De mochilero. Es de 70 litos y me la compré ya hace tiempo en Falabella a 39 menemistas pesos. Nunca entendí porque las mochilas se miden en litros. Cada vez que alguien lo menciona o lo leo en los catálogos de camping me imagino un operario al final de la línea de montaje de una fábrica con una manguera verde y amarilla, llenando con agua una fila interminable de mochilas. Por alguna extraña y mágica razón el agua se mantiene siempre adentro, ni una gota se filtra. La compré un mes antes de irme a Perú. Ese primer viaje que abriría mi cabeza como la Victorinox de Mac Gyver abre una lata de calamares, en su tinta.

Mac Gyver se encuentra encerrado en un gran galpón oscuro. Nunca entendí porque tenía la costumbre de meterse en esos lugares, pero Mac iba y se metía. Y después siempre llegaban los malos y lo encerraban al muy gil. Y allí estaba, otra vez, Mac en este inmenso y oscuro galpón, intentando forzar todas las vías de escape, sin éxito.
- ¡Maldita sea! - grita Mac mientras confirma que todas las puertas tienen candados enormes e inviolables y que las pocas ventanas que hay están selladas. Entonces Mac, como siempre, comienza a hurgar nervioso entre los estantes del galpón (en los lugares donde encierran a Mac Gyver siempre hay estantes repletos de elementos que, individualmente, son inservibles pero que, articulados correctamente, combinan de manera perfecta) sabiendo que les queda poco tiempo porque la cuenta regresiva de la pantallita digital de la bomba marca ocho minutos (en los lugares donde encierran a Mac Gyver siempre hay una bomba a punto de estallar, o pronto se acabará el oxígeno). "Les" queda poco tiempo porque Mac no está solo. No (en los lugares donde encierran a Mac Gyver siempre, por alguna extraña razón cósmica, siempre lo acompaña una agraciada señorita que se llama Jane o Susan, es hermosamente americana y no deja de sorprenderse con las capacidades de Mac por lo que exclama constantemente: - Eres increíble, Mac Gyver!) pero esta vez Mac no encuentra en los estantes nada que le pueda servir para poder forzar esas puertas y salir en libertad, correr fuera de allí de la mano de Jane o Susan antes que la bomba se detone y besarla tiernamente mientras la bomba estalla detrás, a cientos de metros de distancia, embelleciendo estéticamente la escena: Atrás del beso todo es naranja y aunque la explosión es grande, no se escucha porque ya suena un tema de Michael Bolton o Rod Stewart de fondo y pronto aparecerán los créditos. Pero eso aun no sucede porque Mac no encuentra en los estantes los elementos que necesita, y desespera. Ella lo nota y, resignada, le dice que ya está, que se dé por vencido, que ya nada se puede ser; lo cual pienso que sería un giro fantástico en la narrativa del capítulo pero él le contesta que no, que algo encontrará que los salve y puedan salir corriendo de allí de la mano y todo eso del beso y la explosión a lo que ella pregunta, casi burlándose de su búsqueda inútil:
- ¿Y ahora qué, Mac? ¿Acaso piensas forzar las puertas con una goma de mascar?
- ¿Qué? ¿Tienes una?

Bueno, es la misma mochila con la que me fui a Perú la que ahora estoy llenando ahora para irme a Brasil. Tu Brasil. Y siento que me estoy olvidando todo. Hasta hice una lista, como si eso ayudara. Entre otros ítems, algunos tachados, leo la palabra “paletas”. Estoy seguro que me estoy olvidando cosas vitales pero lo único que me importa hace varios días son las paletas para jugar en la playa. Desde la semana pasada vengo pensando en eso y el otro día, cuando fui a pagar el alquiler, lo recordé al encontrarme mirando la vidriera de un local de tennis que hay en la Ituzaingo. Ahora que lo pienso, no sé que hacía mirando la vidriera de un local de tennis. Supongo que sorprendiéndome de que existan locales exclusivamente de tennis, cuando -como por arte de magia- lo recordé: las paletas! Sin dudarlo encaré hacia la entrada. No había ni un cliente. Pleno enero a las 3 de la tarde. La gente está tomando sol en sus piscinas o soda con hielo en sus sofás, disfrutando de las frigorías de sus aires acondicionados. ¿Quién carajo va a ir a meterse a un local de tennis? pensé mientras entraba. No había cruzado la puerta cuando el único vendedor se vino derecho hacia mí, como si yo fuera el 9 entrando al área para cabecear y él, el 2.

- Hola, ¿en qué te puedo ayudar?
- Hola, busco paletas...
- Claro, ¿de paddle?
- No, no...
- Ah, de pelota paleta...
- Supongo...- dije no muy convencido. El vendedor sonrió robóticamente mientras me pidió que por favor lo siguiera.
- Por acá, por favor seguime.

De las paredes colgaban decenas de raquetas; raquetas azules, verdes, rojas, una semi transparente. Pensé en Nalbandian, en que estaría haciendo en ese momento. Tal vez tomando mate y comiendo bizcochuelo marmolado en el jardín de la casa de su abuela en Unquillo. Quizás tomando cocaína en el baño de un boliche de Sydney.
- ¿Vos buscas con tarugos o sin tarugos?- me preguntó mientras con la mano señalaba 8 o 9 paletas que colgaban de la pared. No eran de paddle, tampoco playeras. Creo que nunca había visto ese tipo de paletas en mi vida. ¿Quién carajo comprará esto? pensé.
- ¿Cómo con tarugos?
- Claro, las viejas vienen con tarugos. Las nuevas y las olímpicas, no.- ¿Las olímpicas? ¿What the fuck? pensé.
- Ah... ¿Y cuánto cuestan?
- Y... tenés de distintos precios. Las sin tarugo son más caras, por el sistema nuevo que las hace más livianas, ¿viste? Mirá, compará... - me dijo mientras me entregaba dos paletas. Una con tarugos, otra sin. Quedé con una paleta en cada mano en el medio del local. El cajero me miraba y, creo, se reía. Tal vez pensó que yo parecía uno de esos banderilleros que le dicen a los pilotos de los aviones por dónde tienen que ir y adonde tienen que estacionar en las pistas de los aeropuertos. Me imaginé la convención latinoamericana de banderilleros. Se haría en un hotel de La Falda. – Compañeros: no debemos dejar que nos pisoteen; nosotros somos tan importantes como los pilotos o las azafatas ¡Sí señor! - diría el delegado ante la masa banderilleril que lo aplaudiría fervorosamente, convencidos realmente de que son tan importantes como los pilotos o las azafatas. Yo movía las paletas para arriba y para abajo, cotejando la diferencia entre sus pesos. Me parecía que eran absolutamente iguales. Las cambié de mano al recordar que un profesor de física del colegio me había dicho una vez que esa técnica es engañosa y que se debe intercambiar de mano los objetos a pesar porque por lo general y si uno es derecho, se tiene más fuerza en en ese brazo que en el izquierdo, entonces eso puede confundir porque uno siente que algo es más liviano que lo que está sosteniendo con la izquierda y en realidad la diferencia no está en el objeto a pesar sino en la masa muscular del sujeto portante. - El procedimiento es a la inversa si sos zurdo.- había concluido mi profesor.
Las fábricas de raquetas y paletas y su eterna guerra contra la gravedad... pensé.

- Mucho más livianas las sin tarugos, es increíble...
- Y claro... ¿Viste que te dije? Aparte despiden mucho más...
¿Despiden? Me imaginé, en un tono sepia, la paleta en el andén de una estación de trenes en Moscú durante los cincuenta, despidiéndose de su mujer-paleta y de su hijo-paletita una semana después de que llegara a su casa un sobre con una carta en la que decía que el Sr Paleta debía alistarse en el ejército para ir a la guerra. Como Mambrú.

- ¿Ésta que sale? - pregunté mirando la que tenía en mi mano derecha mientras bajaba la izquierda. El avión cambiaba de carril. No tenía la más pálida idea si por la que estaba preguntando tenía o no tarugos.
- Esa 170 pesos
- Claro...
- ¿Claro qué?
- No, nada... - respondí mientras intentaba ver si encontraba algún tarugo, sin estar muy convencido de poder reconocer uno en el caso de verlo.

Miré al cajero. Efectivamente se estaba riendo. Pensé que era normal, que yo también me reiría si fuera cajero de un local de tennis de la Ituzaingo y viera un pibe un 4 de enero a las 3 de la tarde, con una paleta en cada mano, subiendo y bajándolas.

- 170 el par, ¿no?
- ¿El par de qué?
- El par de paletas...
- No… ¿Cómo el par? Se venden de a una.
- Ah, o sea 170 cada una...
- Y, claro...
- ¿Claro qué?
- Que claro, que las de este modelo salen 170 cada una.
- Ah...
- ¿Hace mucho que jugás?

.

23.1.08

G y L

Corrían los mediados de los setenta y G trabajaba en una urbanizadora. Yo pensaba que las urbanizadoras eran como empresas constructoras.

- Son como las empresas constructoras, ¿no?

Me contestó que no, que las urbanizadoras lo que hacen es agarrar un inmenso terreno, lotearlo, dividir las manzanas, formar las calles; en fin, crear un barrio.

Tenía 24 años, todavía no era mi mamá pero he visto fotos suyas de ese entonces y puedo asegurar que era hermosa. Esa belleza, sumada a una notable eficiencia en su trabajo, pronto la convirtieron en la niña mimada del gerente de la empresa. Hacía poco tiempo que ella había llegado de Tanti a Córdoba y alquilaba un monoambiente en Belgrano y 27 de Abril; hasta que el gerente le prestó un cómodo dúplex en Parque Vélez Sarsfield, uno de los barrios que había desarrollado su urbanizadora.

- ¿Desarrollado?

Me contestó que sí, que así se dice y que aparte de lo del dúplex, el gerente también le compró un Citröen, uno rojo. Me contó que todos rumoreaban en la empresa sobre un romance entre ella y el gerente, pero que la verdad era que ella hacía más de diez años que estaba de novia con un tal Alejandro, siempre le había sido fiel y ya hacía un tiempo que venía pensando en casarse. Él no. La amaba, estaba seguro de eso; pero sentía que no podía casarse. Quería seguir con ella mucho tiempo más, hacerle asados los sábados, elegir juntos el nombre de sus hijos, comprarle pochoclo en el Parque Sarmiento los domingos; pero no creía en el matrimonio, no para él.

- Perdoname G, pero no creo en el matrimonio, no para mí...

Y después de escuchar esto un par de veces, ella decidió no creer más en él.


En la esquina de Tucumán y 9 de Julio, L estaba poniendo su primer bar: Petruzka. En un almuerzo hace poco me contó que el nombre lo había sacado de una novela de Dostoievsky, no se acordaba cuál, ni siquiera si la había leído o alguien se lo había sugerido. El bar aun existe y todavía se llama así, pero hace más de treinta años que no es más de mi papá. L miraba a G pasar todas las mañanas por enfrente del local. Comenzó a averiguar sobre ella. Trabajaba para una urbanizadora, hacía yoga en el círculo italiano, escuchaba Armando Manzanero, hacía poco que se había separado de su novio de toda la vida. Ella bajaba por Tucumán, por la mano de enfrente del bar y él se cruzaba para verla de más cerca.

- Linda la dientudita- le comentaba a veces al de la zapatería -un día de estos, la paro y le invito un café, vas a ver…- amenazaba.


G hacía poco que había dejado a su novio de toda la vida y, ocupada con su trabajo, todavía no había tenido tiempo de pensar en otra persona. L igual le invitó el café que le había prometido al zapatero. Ése y varios más. Le habló de ir juntos a las sierras los fines de semana, de conocer Roma, de comprar un campo que había visto cerca de Villa Allende, construir una casa allí, tener caballos, ovejas, conejos; de compartir la vida. Una noche prácticamente echó a los clientes del bar para quedarse solo con ella. Cocinó él mismo una paella y mientras descorchaba un champagne le dijo que se la imaginaba más hermosa aun con el vestido de novia blanco, bien largo. Ella primero se sonrojó, luego sonrió.


Al medio año de noviazgo con L, el ex novio fue una noche hasta el dúplex sabiendo que L no estaba en Córdoba y tocó el timbre. Era tarde. G estaba ya acostada, mirando una película que pasaban por televisión, a punto de dormirse. G preguntó por el portero que quién era y el ex contestó que era él, que por favor lo dejara pasar, sólo quería conversar.

– Dale flaca, es de noche, hace frío; no me vas a dejar acá afuera…

G dudó unos segundos y luego le abrió. Él traía una botella de Old Smuggler en la mano. Ella le preguntó que qué pasaba, que para qué traía esa botella y él le contestó que estaba muy mal, que se había enterado que estaba de novia con el dueño de un bar y que eso le hacía tener unas terribles pesadillas, que por favor aunque sea lo escuchara. Se sentaron en el living. De fondo sonaba un disco de Roberto Carlos y él fue hasta el equipo y subió un poco el volumen mientras encendía un cigarrillo. Le ofreció uno, ella aceptó. Mientras le daba fuego le dijo que estaba más linda vez que la última vez que se habían visto, pero que no recordaba cuando había sido.

– ¿Vos te acordás cuándo fue?

G se sonrojó y dijo que tampoco lo recordaba. Él dejó el cigarrillo en el cenicero y caminó hasta la cocina. G se quedó sentada escuchando música y mirando el hilo de humo blanco que se desprendía del cigarrillo sobre la mesa ratona. Él volvió a preguntar desde la cocina mientras vaciaba una cubetera si estaba segura de no recordar aquel último encuentro. G contestó algo pero Roberto Carlos le impidió escuchar qué. Apagó la luz de la cocina y volvió al living con dos vasos llenos en las manos.

– Perdoname, no te escuché, ¿te acordás o no? - le dijo mientras le entregaba una medida doble con hielo. Ella no solía beber, mucho menos whisky. El contenido de la botella fue bajando hasta quedar por la mitad mientras Roberto Carlos cantaba cuanto añoraba tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar. Para cuando el disco terminó, G y su ex novio se besaban en la cama de dos plazas que L le había regalado a G para su cumpleaños.


Cerca de las cuatro de la mañana G se despertó confundida, vio que quién dormía desnudo a su lado no era L, recordó todo. Se agarró la cara como si se le fuera a desprender y comenzó a sollozar. Luego se paró decidida y, sin vestirse, fue hasta el baño. Prendió la luz y abrió el segundo cajón junto a la bacha; los sollozos convirtiéndose progresivamente en llantos, los pelos pegados a la cara por las lágrimas. Encontró lo que buscaba: una gran caja llena de anfetaminas. Se las daba un amigo que era visitador médico y ella las usaba para mantenerse flaca, sin saber en realidad lo que tomaba. Se tragó treinta, juntas, y las bajó con la mitad de la botella de whisky que quedaba.


Yo no podía creer lo que estaba escuchando.


Volvió a la cama tambaleándose y cayó desplomada sobre el colchón.

– Me muero…- me dijo que dijo, añadiendo que ella realmente sentía que se moría, que era el final. El ex novio se despertó sin entender bien que estaba pasando y le preguntó a G si estaba todo bien. G no contestó entonces él la sacudió, preguntándole qué le pasaba:

- ¿Qué te pasa, flaca? ¡Contestame!

Ella no lo hizo, ni siquiera abrió los ojos. El ex vio la luz del baño prendida y fue hasta allí. Encontró las cajas de las pastillas en el suelo, la botella vacía. Volvió a la habitación, le puso una bata, la cargó a sus hombros y, arriba del Citröen rojo, la llevó a la Clínica Reina Fabiola. Sin saber qué hacer, desde allí llamó a L para contarle lo sucedido. También llamó a su mamá, la de ella. Llegaron en el mismo taxi mientras los médicos de guardia le hacían a G un lavaje de estómago.


Se encontraron los tres en la vereda de la clínica y el ex novio contó todo lo que había pasado, mientras fumaba sin parar. La madre de G lloraba desconsoladamente; L escuchaba serio y atento, mirando los pocos autos que pasaban mientras comenzaba a amanecer. Cuando el ex novio concluyó, L lo miró a los ojos y le preguntó, frente a mi abuela, si pensaba casarse.

- ¿Cómo?

- Eso, si te pensás casar con ella…

Él repitió lo mismo que había oído G meses atrás, lo de no creer. L le contestó que entonces se abriera, que él la amaba y que sí creía en el matrimonio. Que él se haría cargo de ella de ahora en más; que por favor se fuera en ese mismo momento, para siempre.




20.1.08

BeatLights

con este post doy x concluida la serie "BeatLights". cierro con mi foto favorita de la muestra: "across the universe", q va dedicada a mi (a)miga b.m quien me incentivó y ayudó a montar esta serie en el festival de arte Vení para allá.

across the universe


contando los tenedores
se dio cuenta:
las mejores frases
nadie las oía.



a day in the life


por favor
untemos el cielo con dulce de leche.
te lo prometo esta vez
va a salir bien.

16.1.08

favoritos

mi canción favorita de mi banda favorita hecha por mi nueva banda favorita. no podía dejar de postearlo.

15.1.08

BeatLights

here comes the sun


bueno, pero que sea la última
inyección en el paladar
y después nos tomamos un ómnibus
hasta donde no llegan las AM



a hard day´s night



se lo cuido, don?
son 2 pesito nomá
a la vuelta me da...

.

8.1.08

Controlando a Joy Division

Corrían los finales de los 70´s y la “gran estafa del rock & roll” creada por Sex Pistols llegaba a su predecible fin. El punk, con sólo 3 años de vida (y aunque al día de hoy graffitis del mundo entero intenten negarlo con su “punk´s not dead”), moría.
Cuenta la leyenda que es en el primer recital de los Pistols en la ciudad de Manchester donde se conocen tres jóvenes quienes quedan maravillados por este nuevo sonido duro y crudo. Sus nombres: Ian Curtis, Peter Hook y Bernard Sumner. No tardarían en hacer buenas migas entre ellos y reclutar al baterista Stephen Morris para formar una banda llamada "Warsaw" (Varsovia). Tal nombre fue disparado por la canción Warzsawa del disco “Low” (1977) del gran duque blanco David Bowie, de quien tomarían mucho más que ese nombre. La banda se nutría de fuentes tan diversas como The Doors, Kraftwerk, The Buzzcocks y hasta los mismos Pistols. Pero resultó ser que en Londres había una banda con un nombre similar (“Warsaw Pakt”) por lo que decidieron mutar a “Joy Division”.
Literalmente Joy Division se traduce en algo así como “la división feliz”. ¿Origen? Una novela llamada “The House of the dolls” de Farol Cetinsky en la cual se llama así al lote de mujeres judías más jóvenes y lindas de Auschwitz y demás campos de concentración que eran separadas para satisfacer los deseos de los oficiales nazis más deseosos de sexo.

En 1978 el grupo graba su primer LP: “Unknown Pleassures”, reconocido como uno de los mejores álbumes debut de la historia del rock. Las letras, escritas en su mayoría por Curtis, estaban colmadas de una bella y poética oscuridad. Hablaban de alienación, dolor y violencia. Por aquel entonces nadie parecía percibir que eran un manifiesto personal de su cantante quien, entre otras cosas, sufría una terrible epilepsia. Todo un showman, sobre el escenario se movía de forma tal que nadie distinguía si estaba bailando o sufriendo convulsiones. Varios conciertos debieron suspenderse tras caer Curtis al piso, con espuma en la boca.


Pero las críticas de su ópera prima eran de lo más alentadoras y cuando toda la escena musical pasaba por Londres, estos cuatro “post-púberes” movieron con su “post-punk” el eje a la fea e industrial ciudad de Manchester; totalmente ajena al circuito musical de aquellos días. Las canciones pronto cruzaron el Atlántico y Joy Division firma un contrato para realizar una gira por EEUU. El mismo día que debían volar hacia Nueva York el cuerpo de Ian fue encontrado colgando de una viga de la cocina de su casa.

Tenía 23 años y había pasado toda la tarde viendo películas. El televisor quedó encendido. Contaría la viuda de Curtis que cuando encontró el cuerpo de su marido suspendido y girando en el aire también giraba en la bandeja el disco “The Idiot” de Iggy Pop y que su última película había sido la alemana “Stroszek” (Werner Herzog); hoy convertido en película de culto por ello. En este muy recomendable film, el director es también el actor principal y la peli cuenta la historia de un alcohólico que tras visitar todos los reformatorios de Berlín, intenta reencauzar su vida en Estados Unidos junto a una prostituta de la cual se enamora y su anciano vecino. Sin trabajo, sin poder hablar el idioma, la pasan peor que en su Alemania natal.

Lógicamente nadie subió a ese avión con rumbo a Nueva York y Joy Division, como tal, murió.
Pero resulta notable como ha resurgido el nombre de la banda ultimamente. Sus temas, “Love Will tear us apart” especialmente, son reversionados por los más diversos artistas (José González, The Cure, Nouvelle Vague, Arcade Fire, U2, y la lista sigue…) y la voz de Curtis emulados por otras tantas bandas. Algunos ya desde fines de los 80 y de manera muy digna como The Wedding Present; algunos más contemporáneos como Interpol, She Wants Revenge o Editors.

Joy Division sólo grabó un disco en vida. Meses después del suicidio de Curtis saldría su segundo LP: “Closer” y posteriormente “Still”, recopilación de lados b´s + el último recital de la banda, 2 semanas antes del suicidio. Este álbum alberga la única versión de la formidable “Ceremony”, canción que popularizarían más tarde los miembros restantes de la banda, al reordenarse, bajo el nombre de New Order.

Podría decirse que el primer impulso para este “revival yoidivisiano” lo dio la película “24 hs party people” (Michael Winterbottom) de 2004 la cual refleja el movimiento musical de Manchester de aquellos días, con eje en “The Hacienda”, el boliche de un tal Tony Wilson, personaje-leyenda en la industria musical inglesa que falleció el pasado año y que bien podría considerarse el padrino de la banda ya que aparte de hacerlos tocar en su club, los hizo grabar en su emblemático sello: Factory Records.

Pero esa polvareda parece que no será nada con lo que se espera pronto, ya que está a punto de llegar a estas tierras: la película “Control” de Antón Corbjin, la cual ya se ha estrenado en Europa y USA y cuenta con críticas de lo más prometedoras; premios de Cannes incluidos.

En teoría, el film retrata fidedignamente la vida y obra de Ian y cuenta con los pulgares arriba tanto por parte de la viuda, Deborah Curtis, (fue basado en su libro “Touching from a distance”) como por sus ex compañeros de banda. Obviamente, la película cuenta también con una cuidada selección en su banda de sonido donde, aparte de los predecibles temas de Joy Division, también se pueden escuchar otras interesantes delicatessens como una aggiornada versión de Shadowplay hecha por los hoy aclamados Killers.

Casualmente es éste el primer largometraje de Antón Corbjin, un fotógrafo y director oriundo del universo del videoclip (Depeche Mode, Echo & The Bunnymen) ya vinculado a Joy Division desde 1987 por haber dirigido el majestuoso video de “Atmosphere”, en el cual se las tuvo que arreglar para lograrlo con una banda que en paz descansaba ya hacía varios años. Corbjin debió desembolsar de su bolsillo la mitad del presupuesto para rodar la película ante la dificultad de conseguir inversores para una película rodada en blanco y negro y para colmo, con un actor amateur (Sam Riley, éste es su primer film) como figura principal, haciendo de nada menos que del mismísimo Ian Curtis.

Habrá que esperar que llegue al Hugo del Carril y sacar nuestras propias conclusiones.

3.1.08

25 ciudades

El otro día recibí un mail de Emanuel Rodríguez diciendo que podía pasar por una librería de la Obispo Trejo a retirar los ejemplares que me correspondían del libro “25 ciudades”.
No tenía idea de que hablaba por lo que le pregunté: - ¿De qué estás hablando, Willis? Y Willis Rodríguez me contestó que “25 Ciudades” incluye los (que él considera los) mejores 25 cuentos de los más de 70 publicados por La Voz del Interior durante el verano de 2007; proponiendo así un repaso por lo que se escribe actualmente en Córdoba. Resulta que entre esos 25 relatos, está “Nicanor”, el cuento que me publicaron el verano pasado en el diario.

Todo un honor compartir una antología con Pablo Giordano, José Playo, Alejo Carbonel, Hernan Arias, mi amigo Santiago Ramírez y hasta Cristina Bajo, a quien confieso nunca leí.

En teoría el libro se consigue en todas las librerías de Cba a $29, o sea $1.16 x cuento. Ideal para leer este verano en el bondi rumbo a San Clemente del Tuyú.