11.6.07

dobermans

El planeta comienza a apagarse. La electricidad combate lo que la naturaleza dispone. Los faroles lo saben, los ascensores lo saben, los renault 12 lo saben. Los que todavía caminan levantan su suela del piso mucho menos de lo que lo hacían 8 horas atrás.
La gravedad aumenta. Lo negro también.
El último poste de luz cumple su función en este planeta. Es una consecuencia de la electricidad y bien lo sabe. A las 7 en invierno, a las 9 en verano. Hoy es invierno.
La electricidad combate lo que la naturaleza dispone, murmura el kiosquero mientras saca de la heladera la última Pritty de litro y medio. Afuera, un doberman marrón ladra y el kiosquero lo escucha. También lo escucha una rubia que, junto al cordón de la vereda, le hace señas al chofer del C4.
El planeta ya es negro cuando se oye el timbre que sincroniza perfecto con una lucecita roja que se refleja y tiñe la frente sudada y grasosa del chofer.
El vehículo frena.
Un pelado mira por la ventana un doberman negro y se pregunta cuantas veces oirá el chofer ese timbre por hora, por día, por año. Intenta imaginar alguna fórmula para calcular el promedio mensual pero ese pensamiento se le escurre por sus ojos que ahora miran atentamente la forma ovoide que se crea, al dilatarse al máximo, en el último esfínter del doberman negro que mira fijo al pelado mientras parece estar dando a luz a 4 o 5 dobermancitos.
Perro, cielo, caca negra. El universo, todo conspirado, vira al negro.
El ómnibus frena nuevamente y esta vez todos se bajan en la misma parada, incluso el chofer. No hay casas, no hay gente. El kiosquero, la rubia, el chofer, el pelado y los 2 doberman caminan, junto a otros 17 pasajeros, todos en la misma dirección mientras toman, del pico, pritty. Se pasan el envase de plástico, ya abollado, de mano en mano. Aunque el líquido sea amarillo, esté caliente y sin gas; el que la recibe sonríe diplomáticamente a quien se la ha pasado.
Ningún viento los acompaña. El viento no existe. Nunca existió.

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