26.8.08

the great pretender

Él es argentino. Ella, austriaca. Ella había ido a visitar a una amiga que estaba estudiando español en Córdoba y una noche lo conoció a él en un bar de La Cañada. Originalmente tenía pensado quedarse dos semanas. Se terminó quedando medio año, durante el que convivieron en el departamento de él. Una noche, mientras cenan, ella le dice que le gustaría mucho que él conozca su familia, su casa, sus gatos, su mundo. Y él, enamorado y motivado por cumplir su sueño de conocer Europa, le contesta: “Bueno, vamos…”.


Al otro día que llegan a Viena, ella le comenta que quiere hacer una pequeña fiesta de bienvenida en su departamento, donde están parando. Le cuenta que sus amigos quieren verla, que hace medio año que no lo hacen, que van a ir a su casa a tomar algo, a saludarla. “Todo bien…” dice él. Van a comprar cervezas y cuando vuelven caminando ella agrega que en realidad los amigos son originalmente amigos de su ex novio, a quien el argentino no conoce, y que el ex también va a ir a la fiesta; que si está todo bien con eso. “Claro, todo bien…” repite él; intentando no se refleje en su rostro la revolución que siente adentro.


Todavía no es de noche y el timbre del departamento comienza a sonar y pareciera que no va a dejar de hacerlo hasta que amanezca. Cada timbrazo él lo siente como si fuera un mini electroshock al pensar que será el ex novio pero lo disimula, o al menos lo intenta. “Oh yes, I´m the great pretender…” murmura para sí mismo, recordando la melodía de la canción de Los Plateros que luego versionaría Queen. Una tarde de marzo en Córdoba, mientras hablaban de parejas pasadas, ella le había dicho que tenía una foto de su ex en la notebook, si la quería ver. Él, tras pensarlo unos segundos, contestó: “No, mejor no”. Aun así siente que lo reconocerá apenas aparezca en escena, que será casi como descubrir a su hermano en una multitud.


Y así resulta ser. Es antagónico a él, pero el argentino siente que es el estereotipo de chico que su novia elegiría para una relación de cinco años. “De hecho es mucho más su tipo de chico que yo…” piensa, y comienza a reflexionar si hizo bien en ir a Europa. El ex es el único que no lo saluda. Palmea manos con algunos de sus amigos, abraza a su ex novia, agarra una lata de cerveza y se sienta en un sillón lejano, con suficiente gente entre medio como para que sus diálogos nunca se crucen. “Gracias chabón…” murmura el argentino para sí mismo. Luego piensa que igual lo podría decir más fuerte, que nadie lo entendería.


La austriaca se muestra tan indiferente hacia el argentino, que él siente como si hubieran dejado de ser novios desde el primer timbrazo. Igual intenta no mostrar interés en ella, demostrar que se siente cómodo, relajado. Mientras abre una cerveza, un rubio que está sentado a su lado, le pregunta en inglés:

- ¿Así que eres de Argentina?

- Sí...

- ¿De que parte?

- De Córdoba…

- ¿De Córdoba? ¿En serio? ¡No lo puedo creer! Sabías que ahí…

Si, sí lo sabe. Sí sabe que ahí Austria le ganó a Alemania, su eterno rival, un partido en el Mundial 78 y que ése es el mayor logro en la historia del fútbol austriaco; pero igual habla de ello y se muestra de lo más interesado. Entonces le cuenta al rubio que la casa donde se crió queda en un barrio muy cerca de ese estadio. Que de hecho ese lugar le resulta muy familiar porque ahí jugaba siempre el equipo del que supo ser hincha de adolescente, porque la cancha de su club no estaba habilitada por la Asociación de Fútbol Argentino. El rubio le pregunta por qué no estaba habilitada si era un club de primera división y él le contesta que no está seguro pero que cree que porque la cancha no tenía luces. Entonces el rubio le pregunta:

- ¿Cuán cerca?

- ¿Cuán cerca qué?

- ¿Cuán cerca vivías del Chateau Carreras?

El argentino se sorprende cuando escucha el nombre del estadio. Ante tantos sonidos extraños y duros, ése le suena familiar, aunque sea una palabra semi-francesa pronunciada por un austriaco que habla con él en inglés. Le contesta que no sabe bien, pero que supone que a unas veinte cuadras. Luego le cuenta que a veces se iba caminando hasta allí y que una vez, cuando después de quince años de no ganarle a su archirival, su equipo lo hizo con un 5 a 0, se volvió a su casa corriendo, cantando y revoleando una remera azul y blanca, sin parar.

- ¡No te puedo creer!

- Creeme.

- ¿Sabías que nosotros ya no teníamos posibilidades de clasificar a la siguiente ronda, pero igual les ganamos a los estúpidos alemanes 3 a 2 y los dejamos afuera del mundial? Hacía 47 años que no les ganábamos. Eso pasó hace ya 30 años pero acá todo el mundo lo recuerda como “El milagro de Córdoba”

- El milagro de Córdoba, qué loco...

- ¿Otra cerveza, amigo?

- Bueno, dale.

- ¡Prost!

- ¡Prost!

- ¿Cómo se dice “prost” en argentino?

- Mmm, no existe el idioma argentino; hablamos español.

- Ah, claro; qué idiota…

- No te preocupes, no tenés porque saberlo.

- Bueno, ¿y cómo se dice “prost” en español?

El argentino piensa que cuando se lo diga, el rubio se va a volver a sentir idiota porque seguro lo sabe; que no está pensando lo suficiente como para adivinarlo. Pero el rubio parece no querer pensar, mira al argentino más ansioso por brindar y por hacerlo sentir homenajeado, que por buscar una traducción germano-hispana tan sencilla.

- Salud...

- Claro, qué imbécil; si he ido a Málaga varias veces de vacaciones.

- Málaga, qué lindo....

- ¡Salud entonces, Córdoba! No te molesta si te llamo Córdoba, ¿no?

- Claro que no, compañero; ¡prost!


La dueña de casa se pasea de la cocina al living con cervezas, vodkas y otras bebidas que su novio nunca ha visto pero que, por la cara que ponen quienes la beben, no le interesa degustar. Uno de los más rubios del grupo habla con su novia mientras saca una bolsita de su bolsillo y una tarjeta de crédito. Adentro de la bolsita hay un polvo grisáceo que tira sobre la mesa de vidrio y comienza a hacer líneas paralelas. Cuatro, bien gruesas. El que está sentado al lado del argentino sigue conmovido por el origen de su interlocutor y éste, en cierta forma, contento porque así al menos se siente un poco menos invisible.


- No puedo creer que seas de Córdoba, esto hay que celebrarlo. Sos el héroe de la noche, ¿sabías, no? Ya vas a ver cuando le cuente a Oliver, no lo va a poder creer. Oliver es aquél… - le dice al argentino, señalándole otro rubio que habla con el ex novio de su novia y tiene puesta una camiseta de fútbol que nunca antes vio pero que supone es de un equipo de la liga local. Entonces intenta, en vano, recordar el nombre de algún equipo austriaco mientras mira como el más rubio le enrolla un billete de cien euros a su novia y como ella parece haberse olvidado completamente que él cruzó el Atlántico con ella, por ella. Piensa que tres de esos billetes son su sueldo en Córdoba y se le ocurre hacerle un comentario sobre ello al único que habla con él, pero este pensamiento se le diluye rápidamente al ver como el polvo desaparece de la mesa a través del billete y se introduce en la fosa nasal de su novia. Ella aspira la primera y le pasa el billete al más rubio. Mientras él esnifa, grita algo que el argentino es el único que no entiende pero que imagina que es algo como “¡Qué buena que está esta mierda!” El argentino mira a su compañero y le pregunta:

- ¿Qué es?

- ¿Qué es qué?

- Eso, lo que se están metiendo.

- Ah, speed…

- ¿Speed?

- Sí, speed…- le dice y al notar su cara de incertidumbre le pregunta si sabe qué es.

- ¿Sabés qué es?

- No, la verdad que ni idea.

- Es una mezcla de anfetaminas. Acá le dicen la cocaína de los pobres. Cuesta 20 euros el gramo y la coca, 150. En Argentina tienen muy buena cocaína, ¿no?

Pero el argentino no responde porque no puede dejar de mirar como su novia aspira la segunda línea de lo que sea que sea eso y se hecha hacia atrás, cerrando los ojos y sacudiendo levemente la cabeza para los costados. Entonces piensa que apenas abra los ojos lo va a buscar con su mirada cómplice y que eso los volverá a conectar, aunque sea un poco. Espera que lo haga entonces, que lo mire nomás; siente que entre tantos rubios tiene que resaltar; pero no, desde que el timbre comenzó a sonar se ha convertido en el hombre invisible. Ella le hace un comentario al más rubio mientras le devuelve el billete; le agradece con un pico y pregunta gritando que quién quiere otro shot de vodka, o algo así porque varios levantan la mano gritando: “¡Ich!”


- La verdad que no sé muy bien, no estoy mucho en el tema pero supongo que hay buena y mala, como en todos lados...- le dice el argentino a su compañero pero él ya no está sentado a su lado. Se ha ido y ahora sí que está completamente solo. Abre otra lata de cerveza y busca su tabaco en el bolsillo y la mirada de su novia, que en ese momento está muy ocupada llenando una fila interminable de vasitos de vodka. Se fuma un cigarrillo como si fuera el último de su vida. “Acá todos hablan inglés...” le había dicho en el avión su novia, “…así que no te preocupes; están acostumbrados, es obligatorio en el colegio”. Pero en ese momento nadie parece acordarse del idioma y el argentino se siente como un náufrago en una isla virgen cerca de Sri Lanka. Como no sabe que hacer, se dedica a fumar un cigarrillo tras otro y a tomar cerveza, intentando demostrar que está tan cómodo que no le hace falta más que eso. Tiene la sensación que la música sube de volumen sola a medida que pasan los minutos. No reconoce ninguna canción; ni una. Para estos casos de autismo, la música solía ser su aliada; cuando estaba solo o aburrido en alguna reunión o fiesta se ponía a escuchar la música y, por lo general, lograba en cierta medida inmunizarse de lo que pasaba a su alrededor.


- Disculpá, ¿Qué es esto que estamos escuchando?

- Die Fantastischen Vier. ¿No los conocés?

- No.

- Es una banda de hip hop alemana, muy popular acá en Viena.


Al argentino no le gusta el hip hop, mucho menos en alemán. Piensa: Por favor que alguien me explique qué mierda hago escuchando esto, mirando como mi novia se droga con una sustancia que no me convida, que nunca había visto antes en mi vida y que ni siquiera tengo idea de sus efectos. Y entonces, de golpe, recuerda que alguien una vez le había dicho que, le guste o no, el hip hop era un claro reflejo de la poesía contemporánea y que, si estaba interesado en la literatura, debía de prestarle atención. El argentino piensa: Pero en alemán ¿qué mierda puedo entender?


Hay un gato. Arriba de una silla, en un rincón del living, hay un gato siamés. Duerme a pesar de la música pero, de tanto en tanto, levanta la mirada y observa alrededor, sin entender que es lo que está pasando en ese lugar; aunque tampoco parece interesarle. “Se llama Chiara y es mi princesa…” le había dicho su novia el día que llegaron al departamento desde el aeropuerto. Él todavía estaba en el pasillo, con las valijas en las manos y ella besaba el gato y le decía cosas que, por el tono, sonaban tiernas. El argentino tampoco tiene mucha idea de que es lo que está pasando en ese living pero, a diferencia del gato, sí le interesa. Sí se muere por saber de que habla su novia con su ex en este momento, mientras todo el mundo baila y él fuma otro cigarrillo. Es consciente de que una escena de celos es lo peor que podría hacer en ese momento, aunque lo que más ganas tiene. Lo sepultaría, bien hondo; lo sabe. “The great pretender Juan, no lo olvides…” murmura para sí mismo cuando ve que el ex mete la mano en su bolsillo y extrae una cajita. De adentro saca algo que el argentino no ve que es pero sí que deposita en la mano abierta de su novia. Ella cierra el puño rápidamente, se hace la que bosteza y se lleva la mano a la boca. El ex le pasa la cerveza y ella toma, y traga. El argentino piensa: ¿Qué mierda hago acá? Por favor, ¿qué mierda hago escuchando hip hop alemán mientras mi novia se droga con su ex novio?; que alguien me explique, por favor.


Entonces ve que ella encara hacia el baño y la sigue. Ella entra y él la espera en la puerta. Cuando sale, ella lo ve y parece recordar que él estaba en Austria, en su casa.

- ¿Todo bien?

- Sí, todo bien, ¿por?

- No, por nada; parecés un poco raro.

- ¿Raro?

- Sí Juan, raro. Te conozco…

- No, todo bien; nomás pensé que tal vez compartirías alguna de esas cosas conmigo.

- ¿Cosas? ¿Qué cosas?

- Lo que sea que te metiste en la nariz, o en la boca.

- Ah, eso... No es nada, pero si querés te consigo.

- Bueno...


El argentino no tiene idea que es lo que su novia le va a conseguir, pero no le importa. Sabe que debe cambiar de frecuencia si no quiere que su noche se convierta en una pesadilla. Entonces abre otra cerveza y se acerca a un grupito de rubios junto al equipo de música que escupe hip hop. Hay un par que están vestidos con ropa tres talles más grande, gorras de beisball en sus cabezas, cadenas de oro. Son casi payos, pero se visten como si fueran del corazón del Bronx. Se pone a bailar cerca de ellos. Comienza moviéndome tímidamente pero al tercer o cuarto tema ya baila como si el hip hop alemán hiciera vibrar sus venas. Como si hubiera nacido en un gueto negro de Berlin y hubiera oído esa música desde el moisés, mientras tomaba la mamadera. Su novia se acerca, le abre la mano y pone algo adentro. El argentino no mira qué es. Sólo hace como que bosteza y se lo manda adentro.

- Good boy… - le dice su novia, le da el primer pico de la noche y se va.


Pasa una hora y el argentino ha tomado más de ocho latas de cerveza. Casi no le queda tabaco y lo que sea que le haya dado su novia, no le produce ningún tipo de efecto. Ve que ella encara nuevamente hacia el baño y al pasar a su lado le pregunta:

- ¿Y?

- ¿Y qué?

- ¿Lo sentís?

- ¿Si siento qué? No siento nada ¿Acaso me diste una aspirina?

- Paciencia mi amor, paciencia.


Entonces el argentino espera. En teoría es lo que debe hacer; pero nada llega más que más rubios a bailar hip hop cerca suyo. Ve a su compañero bailando arriba del sofá, en la otra punta del living. Éste lo señala y grita:

- ¡Viva Cordobaaaaaa!

Las ves de “viva” suenan casi como efes. ¿Qué mierda hago acá? es lo único que piensa el argentino mientras va a la cocina a buscar otra cerveza. Junto a la heladera se encuentra a su novia:

- ¿Y, ahora sí? ¿Sentís algo?

Ha pasado hora y media pero lo único que siente es que está un poco borracho y aturdido.

- No, la verdad es que no siento ni mierda.

- ¿En serio?

- En serio.

- Bueno, te voy a dar una mitad más; pero tenés que dejar de tomar alcohol.

- ¿Por qué?

- Juan…

- Bueno…

Entonces su novia mete la mano en su bolsillo y se la lleva a la boca. Se pone una pastilla entre los dientes, muerde y traga un pedazo. Le pasa la mitad que queda entre sus dientes con un beso y la empuja con su lengua adentro de la boca del argentino.

- Ahora no hay forma que no te suba; vas a ver. Ah, y no te olvides de tomar agua, mucha agua.


El argentino va al baño a hacer pis. Cuando termina se mira al espejo, mientras los bajos del hip hop hacen temblar la puerta del baño. Se acuerda de lo que le dijo su novia y abre la canilla y, aunque no tiene sed, toma agua del pico, mucha agua. Luego se moja la cara y se reincorpora. Gotas se desprenden de su barba pero todavía reconoce su reflejo. Mientras se mira al espejo, piensa: Soy yo, un poco borracho; pero yo al fin. Cuando sale del baño ve a su novia poniéndose una campera junto a la puerta de entrada.

- Nos vamos…

- ¿Ah?

- Que nos vamos ¿Estás listo?

- ¿Adónde?

- A bailar, a un boliche.

- Ok…- dice el argentino mientras se pone su campera.


Bajan a la calle y se ponen a esperar taxis. Son como quince personas. El argentino piensa que en el departamento parecían muchas más.

- Vamos Juan, ¡hop!- le dice su novia ya desde el asiento delantero de un taxi. Atrás, en el lugar del medio está su compañero y, junto a la ventana, en la otra punta, el ex novio.

- Dios…- murmura mientras se sube al auto. No tiene idea de que hora es. Siente que pueden ser las once o las cuatro de la mañana. Piensa que le da igual, que está de vacaciones, en un país lejano. Mientras el taxi arranca el argentino se sorprende al notar que ya no aloja nada de la angustia que lo desbordaba en la fiesta. Siente que esa sensación le parece lejana, mientras mira Viena pasar por la ventanilla. Su compañero habla con el ex novio. Escucha que le está preguntando algo y en sus palabras reconoce que menciona, excitado, Córdoba. El ex no le responde, ni siquiera lo mira. Es raro, piensa el argentino, pero no tengo ningún tipo de rencor hacia él, hacia nadie. El taxi atraviesa la ciudad oscura y desolada, pero igual el paisaje le resulta conmovedor. Entonces el argentino se da cuenta que tiene la frente mojada y mucho calor. Se saca la campera mientras su novia le dice algo al taxista y cambia la sintonía de la radio. El mismo grupo de hip hop empieza a sonar y al argentino ya no le disgusta tanto. Casi sin darse cuenta comienza a seguir el ritmo del rapeo con su cabeza, casi coreográficamente con el ex y su compañero. Siente un cosquilleo adentro de su cuerpo y muchas ganas de moverse, de bailar. Abre la ventanilla y disfruta al sentir el frío viento pegar contra su frente sudada. Quiere llegar a ese boliche y bailar, lo que sea, ya.

- Creo que estoy empezando a sentir algo…

- Me alegro, disfrutalo. - le dice su novia sonriendo mientras se estira desde el asiento de adelante para darle un pico. Apenas despega sus labios de los del argentino le dice algo al taxista y éste acelera.




7 comentarios:

Anónimo dijo...

no me gusta....

Anónimo dijo...

me encantan los perdedores con estilo. Un abrazo. Charly.

Anónimo dijo...

Essssselente!
Espero que haya terminado en un gran polvo. De los que no se aspiran. Sinceramente.

Anónimo dijo...

no me cerró mucho. le falta algo!!

jc dijo...

hechi: entiendo porque.

ch: tengo una gran experiencia, vos lo sabés.

nano: gracias nardo. yo tb esperaba lo mismo, el final feliz, pero no, terminó con llantos.

alonso: putito, firmá. sí, el final feliz de las películas joligudenses q mirás los domingos x canal 12, eso le falta.

Anónima dijo...

hermanito!!!...jo juanky que odio me da esta historia.....joder haber estado ahi con la sil y la lu...las sisters act-aque.....pero bueno, la historia si que tiene final feliz........!empezo a subir¡......
(volvé)

Mery dijo...

qué loco... pensar que hay sensaciones similares, tan parecidas casi iguales, en contextos tan diferentes... por más que suba al final la soledad está... doliendo...