Resulta que hace más o menos dos años yo vivía en Madrid y mi vecina del 4to 7mo (allá los departamentos de un mismo piso no se diferencian por letras sino por números, una de las tantas cosas a la que nunca logré acostumbrarme) tenía un novio portugués medio raro que se llamaba Fernando. Fernando tenía una pata de palo y se pasaba todo el día adentro de una inmensa furgoneta que estaba estacionada en la puerta del edificio. Según se comentaba, él se la había hecho comprar a mi vecina para su trabajo: fabricar y vender muebles de mimbre. Era una Iveco de carga tan grande que el pibe laburaba adentro de la furgoneta, en la parte de atrás. Ahí mismo creaba y acumulaba las sillas y mesitas que con sus manos iba haciendo. Sillas y mesitas que el domingo vendía en el “el rastro”, el mercado callejero que se armaba en la misma calle de mi edificio. Los domingos por la madrugada apenas comenzaba a aclarar, Fernando bajaba su producción por el portón trasero y la disponía alrededor de la Iveco. Cada mueble tenía un cartelito escrito a mano con el precio. Lo sé porque lo veía cuando volvía de bailar. Creo que nunca vi a la furgoneta en movimiento; por un momento pensé que capaz estaba fundida o algo así.
Un día entró gente de la Interpol al edificio y se lo llevó a Fernando, de los pelos. La andaluza del 6to 3ero me contó que parecía ser que en Portugal el pibe había sido narcotraficante de caballo. Me lo imaginé con su inmensa furgoneta repleta de caballos, distribuyendo yeguas y percherones de casa en casa.
- Caballos?
- Caballo, chaval, caballo. Heroína… una cosa son los porros y esas cosa; pero el caballo tío, joder…
Y entonces comprendí que Fernando se había ido a Madrid escapando de la gente que persigue a la gente que vende droga. Y que una noche conoció a mi vecina en un tablado de flamenco y entre copas le habló de recomenzar la vida juntos, de ser felices. Y a mi vecina cuarentona le gustó la idea y fueron felices aunque él tuviera una pata de palo y no se quisiera bañar porque le daba fiaca y bronca tener que sacársela para meterse bajo la ducha y todo eso. La felicidad duró hasta que la gente de la Interpol llegó hasta el edificio y entró a su departamento un sábado mientras miraban Amelie y se lo llevó a Fernando, de los pelos. Dicen que los gritos y llantos de ella se escucharon en todo el edificio. Y entonces la vecina se quedó sin su novio pero con sus sillas, sus mesitas de mimbre, sus herramientas y con una furgoneta gigante que no sabía manejar. Ni siquiera tenía carnet.
3 comentarios:
me puse triste.
Y cómo sigue la historia? yo creo que la vecina del 4to séptimo vendió todos los muebles de mimbre, menos uno. Con lo que juntó se pagó un curso de manejo en el Oscars español, sacó el carnet, puso primera y partió rumbo a Portugal. Nunca se supo nada más de ella.
n a t i
mmm, casi nati. sigue con que todos los perros van al cielo. igual buena tu alternativa. si vuelvo a Madrid asi será.
Me interesa mucho el detalle de que estaba viendo Amelie. En el otro, un poco menos, que miren Todos los perros van al cielo. La pata de palo y el no - baño, too.
"Coger caballos". Cuan diferente puede sonar eso, sólo por el lugar en el que uno tiene puestos uno de los pies.
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