22.3.08

Las gaviotas quieren conquistar el mundo. Parte 1.


Cuánto tiempo tienen pensado quedarse en Madrid?


a Caterina


Al segundo día de llegar a España me pasó lo que voy a contar. Intentaba conocer Madrid y fui adonde se suele ir cuando uno quiere empezar a conocer una ciudad: la plaza central. En Madrid se llama Plaza Mayor. Era, sin duda, la plaza más grande que había visto en mi vida. Estaba llena de turistas, la mayoría americanos o japoneses, con cámaras colgando, mapas en sus manos. Miré mi Nikon y me dio vergüenza pensar que, tal vez, me parecía a ellos. En la otra punta de la plaza, alcancé a ver una oficina de información turística y, por primera vez desde que había pisado Europa, caminé con paso decidido. Una larga fila de turistas aguardaba, frente a un mostrador, su turno para ser orientados. A un costado vi unas computadoras y un cartelito que decía “Free Internet”. Me acordé de Willy, de Free Willy.

- Free Internet. Liberen la Internet…

murmuré, en tono de protesta, mientras me sentaba frente a una máquina y hacía doble clic sobre el ícono del internet explorer, esperando a que la fila se hiciera más corta. La frase me sonaba revolucionaria y pensé que estaría bueno pintarla con un esténcil en las inmensas paredes del rascacielo donde están las oficinas centrales de Microsoft en Los Angeles o Detroit. La acompañaría un dibujito de una computadora volando sobre el niño de la película; éste riendo de felicidad, su puño en alto mientras una lluvia de ceros y unos cae sobre él.

Una rubia utilizaba la computadora de al lado. Estaba sentada con las piernas cruzadas, una indiecita rubia de ojos azules. Al ver que me sentaba junto a ella, me miró brevemente a los ojos y me sonrió casualmente. Le devolví la sonrisa pero sin animarme a mirarla a los ojos. Me acomodé en el asiento y levanté la cabeza hacia el monitor. El explorer ya se había abierto y tenía cargada una página, la de la secretaria de turismo de Madrid.

Necesitaba hablarle; sentía que ella me había dado pie con esa sonrisa y que, como decía un primo mío, la pelota estaba de mi lado de la cancha. Que alegoría estúpida, pensé. Tal vez a mi primo se la había dicho su papá, mi tío, que como no le alcanzaba el sueldo como profesor de educación física, también daba clases de tenis. Noté que estaba empezando a transpirar y pensé que sería oportuno hacerle un comentario sobre el clima, mientras me secaba la frente con un pañuelo. No uso pañuelo. Podría pedirle una lapicera para anotar una información importante que estaba leyendo en mi monitor, como por ejemplo la dirección del departamento donde me iba a alojar los siguientes meses y, como no conocía donde quedaba esa calle, se lo podría preguntar a ella. Luego consideré que, tan rubia, quizás era de Eslovenia o de Eslovaquia; tal vez de Letonia, ese país que había descubierto en el avión, mirando el mapa de Europa de la revista institucional de la aerolínea, donde figuraban las rutas de la empresa. Mientras seguía imaginando otros países de los que la hermosa niña rubia que estaba sentada con las piernas cruzadas a mi izquierda podía ser, se levantó y se fue; sin sonrisa de despedida, sin nada. Su tiempo de Internet había acabado.

Bielorrusia, Hungría, Rumania... O tal vez no, pensé; quizás sea de Valencia o de Granada y el idioma no sea una barrera en nuestra potencial historia de amor. Quizás también sea su primera vez en Madrid… pensé, feliz, sintiendo que ya teníamos algo en común. Antes que mi tiempo de Internet gratis acabará, me levanté y caminé hasta la fila, buscándola. No sabía que haría si la encontraba, pero igual la buscaba. Me detuve mirando cada una de las personas de la cola. Había muchos pelos rubios, pero ninguno era el suyo. Llegué hasta la chica que atendía, tras el mostrador. Tenía un traje azul marino, el logo del ayuntamiento de Madrid bordado sobre el bolsillo izquierdo del saquito. Su cara mostraba una cansada sonrisa y el tono de su voz era artificialmente amable. Eran las cuatro de la tarde. Quizás haya entrado a trabajar a las ocho de la mañana, pensé.

- Cuánto tiempo tienen pensado quedarse en Madrid?

Se dirigía a una pareja de brasileros. Lo supe por la camiseta de Romario de él, el pañuelo verde amarillo que envolvía la cabeza de ella.
Mi rubia no estaba ahí. Agarré un mapa que había en una de esas estructuras verticales donde ponen postales gratis y, decidido, caminé hacia la salida. Abrí las puertas de la oficina de turismo saliendo a la Plaza Mayor con tal seguridad que me sorprendí de mi mismo. Parecía dispuesto a conquistar Iberia. Parecía Palito Ortega jóven, en las películas que llega a Buenos Aires en ómnibus por primera vez y abre las puertas de la terminal con la certeza que la Capital caerá rendido ante él, ante su voz.

Apenas crucé la puerta de salida la vi, sentada en el piso. Apoyaba su espalda contra un pilar mientras fumaba un cigarrillo de tabaco armado. Con la luz del sol parecía más linda, todavía. Fumaba y sonreía mientras charlaba con un pelado que estaba parado frente a ella. Cada vez que sonreía se le formaban hoyuelos en los cachetes. Me dieron muchas ganas de sacarle una, mil fotos. Desde donde estaba no podía escuchar su diálogo con el pelado, pero seguramente él había pasado caminando frente a ella y cuando la vio le pidió fuego o la hora, o las cosas que se les piden a las chicas que te gustan cuando las ves por la calle, y tenés los huevos para hacerlo.

En un momento, mientras hablaba con el pelado, desvió su mirada hacia donde estaba yo, aun con la puerta de la oficina de turismo en la mano, mirándola. Seguía hablando con el pelado, pero me miraba a mí y no parecía sorprendida de volverme a ver; como si se hubiera sentado ahí a esperarme y hubiera sido ella la que comenzó a hablar con el pelado para provocarme, consciente de lo que eso genera en los hombres. Luego dejó de mirarme, le dijo algo más al pelado y se despidió de él sin siquiera levantarse del suelo. Solté la puerta con mi mano derecha y me di cuenta que en mi izquierda tenía mi nuevo mapa. Era mi oportunidad y, en vez de acercarme a ella y pedirle la hora o fuego, desplegué mi mapa rápidamente y miré.

Las calles, los monumentos, la línea del metro, todo junto en mis ojos, por primera vez. Lo cerré con actitud certera, como si el mapa me hubiera marcado la X de un tesoro, y comencé a caminar, decidido como camina un perro que sabe bien adonde va, en dirección opuesta a ella.

Mientras me alejaba pensé que estaría mirando como mi espalda se escapaba de ella, para siempre; si el hecho de verme partir sin haberme acercado a ella, para pedirle fuego o la hora, borraría los hoyuelos de sus cachetes. Intenté recordar la cantidad de habitantes que me había dicho mi papá que tenía Madrid.

Tres millones.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ocho!!! Como estas, culiadooo??? Donde esta?

Anónimo dijo...

Yo tambien me siento tu rubia :)

jc dijo...

a: jaaa. ayakaaa. hisashiburi da yo! boku wa uchi de. q bueno q te acuerdes de lo q te enseñé a decir en español aquella tarde en kyoto.

a: q bueno.