Cuándo viene a buscarme mi mamá?
Fui hasta el kiosko de la esquina, compré un yogur bebible de durazno y me senté a tomarlo en los bancos donde la gorda y el Pepo se habían conocido; donde el dálmata le había lamido la rodilla, como si tuviera leche derramada y ella se había encariñado con el perro por ese acto y porque su mirada le hacía acordar a a la de su tío Roberto.
Me tomaba el yogur mirando el suelo, como esperando que pasara algo. Me acordé del chiste de Mafalda en el que Miguelito se sienta en la vereda a esperar algo de la vida y le cae la hoja de un árbol sobre la mano. Miré para arriba. No había árboles; se había empezado a nublar. Tal vez efectivamente llueva, pensé. A lo lejos vi a la gorda y el Pepo volviendo a casa. El perro parecía contento. Tal vez se hubiera cogido a una caniche.
Pasada la media hora ya me había terminado el yogur y sin saber que hacer, comencé a fantasear que eran tan fuertes mis ganas de volver a ver a Caterina que tal vez, de alguna forma, ella lo sentiría en el lugar que estuviese y que eso la haría volver a su departamento, sin saber bien porque. Tiré la botella vacía al piso y la pisé con mi pie derecho. Mientras la hacía girar bajo mi suela, pensé que capaz todo había sido un sueño. Que nunca la había conocido; que ella no existía.
Ya me había pasado de chico lo de confundir los sueños con la realidad, y viceversa. Me acuerdo que tenía nueve años cuando se lo conté a mamá y ella me contestó que eso era normal a mi edad, pero que igual le gustaría que conozca a una amiga de ella, que charlara un poco de este tema con ella.
– Por qué tiene una cama en su oficina, señora?
– Me podés llamar Liliana si querés, Juan. Y no es una cama, se llama diván y es para que te sientas más cómodo. Preferís acostarte ahí?
- No gracias, cuándo viene a buscarme mi mamá?
- Ahora, en un ratito; pero por qué no me contás un poco más de tus sueños, de esos que se te confunden…
- Nada. Eso. Que se me confunden. Puedo ir a jugar a la vereda, a esperar ahí a mi mamá?
Desde el banco, miraba la puerta del edificio de Caterina como si fuera uno de esos guardias que cuidan el palacio de la reina de Inglaterra. Esos de rojo que están siempre parados, con el sombrero que parece el pelo de Marge Simpson, pero negro. Por momentos no aguantaba y bajaba la cabeza, descansando. Pensé en como harían los guardias de la reina para aguantar tantas horas, con semejante sombrero en la cabeza, hasta que llegaran sus compañeros para el cambio de guardia, ante cientos de cámaras y turistas.
Con la cabeza gacha vi como una hormiga que caminaba por el banco, se subía a mi rodilla y se dirigía, decidida y en línea recta, hacia mi cintura. Apoyé la palma de mi mano sobre mi muslo, interceptando su ruta. La hormiga se frenó, contempló el obstáculo y comenzó a escalar mi mano, con un paso más dudoso que el que tenía cuando subía por mi jean. Jugaba con la hormiga como lo hacía en el Paraná, cuando no había pique y me aburría.
Supongo que hacía estas cosas para intentar no pensar en que ya hacía horas que esperaba a una persona que no conocía, frente a su casa, como si fuera un guardia de la corona británica. Que tan sólo habíamos compartido parte de una noche, un porro, un helado de frambuesa. Que ni siquiera sabía su apellido, si realmente se llamaba como me había dicho que se llamaba. Que tal vez había agendado en mi celular un nombre y un teléfono falsos.
Que tal vez el teléfono que me había dado, era en realidad el de Gianluca, que era el único número que ella se sabía de memoria. Que cuando se lo pedí, me había dado ése porque sabía que Gianluca se había vuelto a Trieste tras su última pelea y que allá el celular no lo usaba porque tenía uno con número italiano. Que por eso me había saltado el contestador cuando la llamé y no la voz de Gianluca, preguntándome:
- Cómo que si está Caterina? Este es mi móvil. Y aparte, tú que quieres con mi novia, sudamericano. No llames más, pringado.
Ante tantas dudas la única certeza que tenía era que cada vez que se le formaban los hoyuelos en sus cachetes, a mí me daban más ganas de vivir; y que ella vivía ahí; que eran las escaleras que yo estaba mirando desde el banco, a través de la puerta de vidrio del edificio, las que ella había subido la noche anterior, como si se hubiera estado haciendo pis.
La hormiga ya caminaba por mi pulgar cuando la vi aparecer, a cien metros. Caminaba hacia su edificio, escuchando música en su ipod. Parecía que los sonidos que reproducía ese pequeño aparato en sus oídos, le hacía sentir que tenía a su alrededor una burbuja que la separaba de toda la humanidad; o que el apocalipsis había llegado y ella era la única sobreviviente y que eso no le molestaba; al contrario, lo disfrutaba.
Me dieron muchas ganas de saber que estaría escuchando, de tener unos auriculares en los que sonara la misma música que llegaba a sus tímpanos, compartir eso. Tenía una pollera larga y suelta que flameaba al compás de sus cabellos, rubios. Pensé que esa toma, con un poquito de música, sería una hermosa escena para el videoclip de la versión punk de "Boys don´t cry" que haría con la banda que nunca formé; en la cual yo sería bajista y haría uno que otro coro, en los estribillos. Cámara fija, plano general. Ella, en cámara lenta, cruza la escena caminando, con su pollera y sus pelos flameando, de izquierda a derecha.
Grité su nombre y no se dio vuelta. Quizás no me escuchó, quizás lo pronuncié mal. Quizás efectivamente me había mentido y no se llamaba así. Mientras me levantaba del banco para ir a su encuentro, sentí que la hormiga, de alguna forma, se había metido adentro de mi panza y que ahí había tenido un millón de hijitos. Frenó frente a la puerta vidriada y comenzó a buscar las llaves en su bolso, aún en su burbuja. Ya estaba muy cerca pero ella no advertía mi presencia, ni la de nadie más. Metía la llave en la cerradura cuando, en su nuca, le dije
- Hola Cate...
3 comentarios:
juan cruz! ya te dije personalmente que el blog está barbaro. yo también pensaba usar los títulos de canciones de los beatles en algunos escritos pero veo que me ganaste de mano. tus aforismos encierran mucha filosofía y respecto a "las gaviotas.." me tengo que poner al día porque recien leí el primer cap. te mando un abrazo y nos vemos en el mismo laboratorio de escritura. un abrazo.-
Las marabunta en la panza son mas punk que las mariposas.
El sábado 3 festejo otra vuelta al sol. Tenés la revancha del castillo y el karaoke. Abrazo.
"porque tiene una cama en su oficina, señora?"...
exelente dialogo evasivo.
ce vemoz
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